Hablemos de fútbol. Santiago Segurola, en su entrevista para Jot Down Magazine, habla del maltrato al hincha. ¿Compartes su punto de vista?
Completamente. Estoy en una época de desencanto absoluto con el fútbol. Por supuesto que el fútbol es un espectáculo, es un juego que hace gracia a mucha gente, y un espectáculo lo puedes aprovechar económicamente. Se ha convertido en un negocio colosal. Pero el fútbol como pasión y como patria elegida nace en Europa y en Sudamérica como una expresión de la clase obrera recién llegada a las ciudades, completamente marginada. La alienación marxista en su estado más puro. Dado que eran capas populares muy amplias que podían ser nacionalistas pero no se veían representadas por el Estado, acogieron la bandera de un equipo y convitieron los estadios en lugares de culto .Hay algo de nacionalismo, incluso de militarismo… esos fenómenos de finales del siglo XIX y principios del XX. El club y la bandera del club no son nada si no hay gente detrás. Al fútbol le ha pasado un poco como a la política: antes no podía existir un líder si no tenía masas detrás, montaba un mitin e iba mucha gente. Ahora la política es algo que se vive por la tele y por Internet, se “twittea”, etc. El líder y su ideología son algo que queda muy lejos. Pueden prescindir de la gente. Y el fútbol también ha empezado a prescindir de la gente. El que importa es el público, el que paga por ir al estadio. Da igual que no sufra ni padezca, da igual que sean invitados corporativos. ¿Dan dinero? Perfecto. Entre eso y las desigualdades… está claro que se vive un momento de tránsito entre las ligas nacionales y la liga europea. Pero las ligas nacionales todavía son muy buen negocio, mejor todavía que la liga europea, y por tanto ni siquiera los clubes grandes quieren cargárselo. Ahora mismo el fútbol ha perdido el carácter que solía tener, que aún se vive en clubes pequeños.
Como el Espanyol.
Como el Espanyol, sí. Porque no va una clientela de lujo ni turistas a ver el partido. La mitad del campo del Barça son turistas japoneses que están gritando todo el rato y aplaudiendo todo el rato. Y no saben. Me parece bien, pero es otra cosa. Creo que el fútbol se está traicionando a sí mismo. Y la repetición de partidos… en España parece que todo sea un Barça-Madrid indefinido, no se acaba nunca. Termina un partido y ya se está pensando en el otro que es dentro de dos semanas. A mí me fatiga.
Hace unos años dijiste que “en España sería viable un diario deportivo serio, bien escrito, y sin furores pasionales”. ¿Lo sigues pensando?
Sí. Si hablas con el director de un diario deportivo te dirá —lo dicen todos— que todo el mundo sabe que El Países del PSOE y que ABC es del PP. En un diario deportivo sus lectores saben que es del Madrid o del Barça. Aquí llegamos a unos de los problemas fundamentales de la democracia: la democracia iguala por abajo y casa muy bien con el capitalismo, que también iguala por abajo. ¿Qué vende? El populismo, el excitar las pasiones más bajas de la gente. ¿Qué programas de TV se ven más? Los que azuzan lo peor que hay en nosotros. La gente dice “yo no veo nunca Salsa Rosa”. Joder, pues las audiencias son tremendas. Con la prensa deportiva pasa lo mismo. Que las historias que publican sean ciertas o no da igual, a nadie le importa. Lo que busca el director o el autor del periódico es masturbar a su lector, es un ejercicio masturbatorio. No ofrece información. Hay excepciones: siempre habrá que seguir leyendo a Segurola y a otros. Pero el tono general es de puro forofismo. En cambio creo que hay aficionados al fútbol, bastantes miles, que querrían leer algo parecido a lo que era elMarca hace treinta años: un diario deportivo que podía abrir un día con natación, al día siguiente con salto de pértiga porque había pasado algo extraordinario y al siguiente con algo del Atlético de Madrid… era un diario deportivo bastante bien hecho, y su anuario lo compraba casi todo el mundo porque era un anuario ecuménico. Pro-madridista pero tolerable, y bastante mejor que los otros; eso se ha perdido. Supongo que si han renunciado a eso será porque le sacan rentabilidad al forofismo, pero en Internet están apareciendo proyectos nuevos, medios que tienen su clientela y son un placer. Si el deporte no produce historias, apaga y vámonos. Está lleno de historias que contar, buenas historias, y algunas de ellas muy edificantes. El deporte es formativo. Creo que que funcionaría.
¿Te gustaría participar en un proyecto así?
¿A mí? Sí, ya lo creo. Si un día me dijeran Santi [Segurola] o Ramón Besa “me han hecho director de un deportivo, si quieres hacer algo…” ¡Ya! Pero es muy complicado.
Fútbol italiano: el dinero de los jeques y las superestrellas pasan de largo, los estadios están vacíos, sus equipos pierden atractivo y cuotas de mercado en los mercados emergentes, los ultras tienen en algunos equipos un poder inconcebible en otros países europeos. ¿El fútbol italiano es el último foco de resistencia romántica e identitaria frente al fútbol moderno y globalizado, o un fútbol en crisis?
Una de las características de Italia es que siempre va por delante de los países vecinos, en todo.
Incluyendo el fútbol
Incluyendo el fútbol. Fueron los primeros que empezaron a falsificar balances, a hincharlos haciendo compraventas falsas, lo que ahora en España es el pan de cada día. No, no queda romanticismo en ninguna parte. En el gran fútbol profesional siempre cito como ejemplo el libro de mi amigo Iñigo Gurruchaga, Scunthorpe hasta la muerte; la historia de un tipo español que va a jugar a un equipo de la cuarta división inglesa y cómo ese tipo llega a jugar una final en Wembley. Eso es fantástico, eso es fútbol. Lo otro es un gran negocio, magia, espectáculo, lo que quieras. En cualquier caso, ningún romanticismo, y la crisis tenía que llegar como ha llegado a las deudas públicas europeas y como ha llegado a todas partes.
¿Cómo nace Historias del Calcio?
Muy fácil. Yo llegué a Roma un jueves y dos días después me llama Santi [Segurola] y me dice: “¿Oye, por qué no te haces una columnilla?”. “Aún estoy en el hotel, no conozco nada”. “Ya, pero me gustaría tener algo, ha pasado no sé qué en Nápoles, podrías escribir”. Y vale, escribí una cosilla y la envié. El domingo siguiente me llama Pepe Samano —yo estaba en un autobús yendo a un pub para ver un partido de fútbol— y me dice: “Bueno, ¿y la columna?”. “¿Qué columna?”. “Pues habíamos quedado en que cada domingo ibas a enviar una columna”. “No, yo no he entendido eso”. “Coño, pues ya la tenemos aquí pintada”. Así que, venga, de vuelta con el autobús al hotel y a escribir una columna. Y domingo a domingo hubo que hacer una columnilla que al principio era más corta y luego se fue alargando porque había gente que la leía. La fui utilizando para hablar de fútbol y de muchas otras cosas. Ya que tienes un espacio y te dejan hacer lo que te dé la gana… esa es una de las ventajas de Santi y en general de la sección de deportes de El País. Cómo puedo decir esto sin que me despidan mañana mismo, a ver: El País fue un diario fundado por gente que venía del franquismo y escrito por gente que venía del partido comunista. Entonces, la redacción —hablamos de finales de 70— era muy de izquierdas, muy vinculada al partido comunista; la propiedad y la dirección venían directamente del franquismo. Cebrián era director de informativos de la tele franquista, más claro… Y lo que tienen en común esos dos grupos es una cierta propensión al centralismo, a la disciplina, al autoritarismo y a la homogeneidad ideológica como instrumento de organización laboral.
¿Esta corresponsalía es un exilio forzado?
Bueno, técnicamente no es un exilio porque puedo volver cuando quiera, teóricamente. En la práctica no lo sé. Me dijeron que dejara de escribir la columna y que hiciera una corresponsalía. De ahí puedo deducir cosas, pero es estrictamente eso. “La columna deja de hacerla porque queremos algo más centrado en televisión. Elige una corresponsalía, la que quieras, no hay problema de dinero”. Y estoy encantado, de hecho; escribir la columnilla esa me aburría, así que no me quejo.
Pues todos contentos, entonces.
Sí, es difícil quejarse cuando ves lo que cobra la gente. El trabajo de la gente joven, tan poco estimulante, jornadas larguísimas en las que no están haciendo más que sacar cosas de Internet y meterlas en otro receptáculo de Internet. Sería el colmo que yo me quejara, joder…. soy un tío al que pagan por estar aquí. Mira, la Cúpula de la Roca (la señala). No puedo sentirme ni exiliado, ni represaliado ni nada. Me pagan y tengo un jefe que decide lo que he de hacer. Hubo gente que me llamó o me escribió: “Tenías que haberte ido del periódico”, “Aguantar humillaciones”. Perdona, yo no he visto ninguna humillación. Sólo soy un empleado del periódico. La humillación sería que me dijeran “Ya no puedes hacer nada, te sientas en esta mesa, haces tu jornada laboral pero no puedes escribir, no puedes tocar nada”. Eso sí es intolerable. Pero que me cambien de destino… soy un puto periodista. Ni artista, ni escritor, ni mariconadas. Me dedico a lo que me dedico, y la verdad es que encantado de estar aquí. Obviamente, luego tengo mi opinión personal sobre la dirección y sobre cómo funciona el periódico.
Tengo entendido que tu padre era uno de los grandes del periodismo español. ¿Ha influido en tu manera del ver el oficio y en tu trabajo?
Sí, influyó en el sentido de que yo no quería ser periodista ni de broma. Mi padre era abogado y en el 66, a los cuarenta años, lo dejó —se ganaba muy bien la vida, un abogado de propiedad intelectual— porque quería ser periodista. Así que hizo la carrera en un año y —con tres hijos— empezó de becario en un diario que se llamabaEl Correo Catalán, cobrando creo que cuatrocientas pesetas mensuales, terrible. A él siempre le ha gustado muchísimo el periodismo; yo de pequeño conocí a muchos periodistas y estaba acostumbrado a escuchar en casa cómo funcionaba el negocio… lo conozco. Mi tío abuelo también era periodista, represaliado por el franquismo. Pero nunca he podido tomármelo muy en serio, para mí es un oficio. A mí los teóricos del periodismo me parecen admirables porque nunca he visto nada sobre lo que teorizar. El periodismo es un puto oficio. En cuanto el periodista empieza a mirarse el ombligo y a pensar en su papel en la sociedad… por favor, cuanto menos piense, mejor. Hay esa famosa argumentación sofista de que un barrendero que lee a Kant barre mejor que uno que no lee a Kant: eso es falso. Yo no quiero a un taxista que este leyendo a Schopenhauer, quiero a un taxista que sea un taxista, que no empiece a teorizar sobre la función del taxista en la sociedad contemporánea. Es mucho más fácil que eso. Hay que ser honesto, humilde y hacer lo que puedas, sabiendo que hacerlo bien es imposible. Se trata de evitar hacerlo muy, muy mal, de mentir o de equivocarse estrepitosamente. ¿Cómo vas a contar todo lo que pasa? Cuentas lo que te parece que pasa en pequeñísimos fragmentos de ese mosaico universal que es la realidad. Es un oficio que hay que hacer con la máxima discreción.
Ya sé que te lo han preguntado muchas veces, pero ¿que consejo darías a un periodista que acaba de empezar? Aparte del “mitad monje, mitad gilipollas”.
(risas) Eso no es un consejo, es una realidad impepinable. (piensa) Si ha de ser un solo consejo: que desconfíe de sus jefes, que desconfíe de sus jefes, que desconfíe de sus jefes. Porque siempre ha sido así, pero ahora es extremado. Los jefes no están del lado del lector, están del lado del empresario, del inversor, del accionista, y el periodista tiene que estar del lado del que lee, del lado de la audiencia.
¿Esto es off the record? Es que no queremos que te despidan.
Esto es on, completamente, porque no he dicho nombres. Hay que saber que el jefe es el jefe y puede mandar, pero es un error considerar que tiene razón porque sus razones son distintas a las tuyas. Tú trabajas para otra gente, tienes que conseguir ser lo bastante hábil como para trabajar para los tuyos, para el lector, sin que te despidan. Sin enfrentarte de una manera frontal con lo que es la realidad comercial y empresarial, que es primero la necesidad de sacar dinero —no me parece mal aunque a veces es de mal gusto— y sobre todo la necesidad de contentar a los intereses empresariales. Resulta que el dueño del periódico es a la vez dueño de no sé qué, que las sinergias de no sé cuántos, hay que hablar bien de tal cosa y mal de la otra… la puta verdad es que el jefe es, en minúscula y con todos los matices, el enemigo.
Mario Conde nos habla en un momento dado de la influencia que algunos políticos tienen en los contenidos de los periódicos. ¿A lo largo de tu carrera de periodista has intuido alguna injerencia de este tipo?
La segunda entrevista que hice en mi vida fue a un político catalán ya retirado, se llama Miquel Roca i Junyent, padre de la Constitución. Hablamos del año 77. Cuando llegué a su despacho nos sentamos, me ofreció un café y cuando nos lo sirvieron me dijo: “tome nota”. Y tuve que tomar nota. Los suyos eran los dueños del periódico, y desde luego la influencia ha existido siempre. Es una influencia en los dos sentidos. Como ejemplo: un importante diario español no dio antes que el diario El Mundo noticias sobre la corrupción socialista porque el Presidente del gobierno de la época pidió al director de ese diario que retrasara la publicación; necesitaba tiempo para arreglar algunas cosas. Se retrasó y lo sacó la competencia. Eso existe, y más desde que las empresas periodísticas han apostado por la televisión. La televisión son concesiones, y en una sociedad ideal esas concesiones las daría una comisión técnica atendiendo a razones técnicas. En España no es así, en España las televisiones se atribuyen a dedo. Es evidente que existe esa influencia, ha existido siempre.
¿Y en el mundo de la cultura? Segurola nos dijo que el periodismo cultural está supeditado a la industria cultural.
Tengo una opinión un poco excéntrica sobre eso. Creo que todo el periodismo es cultural, salvo el estrictamente inculto. Lo que llamamos “periodismo cultural” suele ser mera promoción de productos culturales: hay que hablar de lo que están haciendo la industria y las instituciones culturales. La Academia saca un nuevo diccionario de no sé qué, el libro nuevo de no sé quién, el disco de no sé cuántos. Todo eso es industria cultural. Me interesa muy poco. Obviamente, eso está mediatizado por los grupos económicos que controlan el periódico, que suelen ser también los fabricantes de esos productos culturales. En cambio creo que es periodismo cultural las críticas de teatro de Marcos Ordóñez —precisamente porque el teatro, al ser minoritario, ya queda un poco fuera—; no es un negocio y puedes permitirte tener un tipo realmente culto que sabe mucho de teatro, que va a ver dos o tres obras y hace un artículo en el que siempre aprendes algo. Lo otro, o eres un tipo medio suicida, medio loco, como Boyero, con unos gustos muy determinados —es muy amigo mío—, o te acomodas. El “periodismo cultural” no me interesa, generalmente me salto las páginas de cultura.
Si quieres leer la entrevista completa pincha AQUÍ.
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