Os dejo este artículo, imprescindible, publicado den Jot Down, sobre la corrupción en este país, claro y concreto. A grandes problemas grandes decisiones, y parece que va siendo hora de decidir.
Imaginen cómo estará el patio en este país para que Andrei Petrov, el capo de dicha mafia, haya declarado “estar harto de los corruptos de este país”. Cuando la corrupción en tu país empieza a resultarle cansina hasta a los mafiosos rusos es que va siendo hora de meterse debajo de una piedra.
Han pasado ya 24 horas y Mariano Rajoy Brey sigue sin
dimitir. Se conoce que se le pasó la portada de ayer de El País. Pero ya verán
cuando levante la vista de las páginas de ciclismo del Marca y lea que las
informaciones de El País le implican de forma directa en el que sería, de
confirmarse su veracidad, uno de los mayores escándalos de corrupción
financiera de la historia de la democracia española. ¡A lo mejor hasta toma
medidas! Las del sofá de su despacho, obviamente. Ese en el que se echará una
siesta de las de orinal y manta hasta que el zurriburri escampe por sí solo.
Estamos hablando de un hombre que ha logrado llegar a
presidente del Gobierno sin que se le conozca talento ni mérito ni acierto ni
brillo alguno. De un hombre cuyo único rasgo distintivo consiste en su
habilidad innata para mimetizarse con el yeso de la pared mientras el país se
ulcera de pura desesperanza a su alrededor. De un hombre que está a punto de
convertir a Zapatero en Churchill. De un hombre que el 21 de noviembre de 2011,
un día después de ganar por mayoría absoluta unas elecciones generales cuyo
resultado estaba cantado desde hacía al menos un año, no tenía pensados ni
discutidos ni negociados los nombres de sus futuros ministros. De un hombre que
el diez de junio de 2012, inmediatamente después de comparecer en la Moncloa
para anunciar un rescate de 100.000 millones para la banca de su país, se fue a
Gdansk, en Polonia, para meterse entre pecho y espalda un España-Italia al
grito de “si voy porque voy y si no voy porque no voy”. De un hombre al que
todo le pilla por sorpresa: la virulencia de la crisis, la herencia recibida,
la nacionalización de Repsol YPF, la dimisión de Esperanza Aguirre, la
contabilidad de su partido…
¡Quién la pillara, tamaña inocencia! Ir por la vida
descubriéndola a cada paso, como si fuera la primera vez, mientras deshojas la
margarita a tus 57 años mozos pensando en lo que quieres ser de mayor. Mariano
Rajoy Brey, de mayor, quiere ser presidente del Gobierno. No lo duden. El día
que se entere de que ya lo es igual se le cae el puro de la boca de la emoción.
¡Hoshtia!
Y digo que, de confirmarse, este sería uno de los mayores
escándalos de corrupción financiera de la historia de la democracia española no
ya por las cantidades de las que se habla en El País, a fin de cuentas unos
relativamente modestos siete millones y medio de euros, sino por el hecho de
que dichas informaciones no implicarían a un subalterno turiferario a cargo de
la subsecretaría remota número 527 sino a prácticamente toda la cúpula actual
del PP. Pero sobre todo porque, a diferencia de otros famosos escándalos de
corrupción en los que los corruptos se han trajinado cantidades mucho mayores
pero puntuales (90 millones de euros en el caso PSV, 180 en el caso KIO, 500 en
el caso Malaya), las informaciones publicadas ayer por el diario El País
parecen revelar la existencia de un entramado financiero diseñado para el
enriquecimiento ilícito y sostenido en el tiempo de sus beneficiarios. Es decir
que no estaríamos hablando de un caso de corrupción oportunista sino de uno de
corrupción sistémica. De la corrupción como opción por defecto del sistema
político español. Una corrupción tan interiorizada, tan cotidiana, tan
ordinaria que ni siquiera sus agraciados son conscientes al 100% de que lo suyo
es intolerable. Aún saldrá algún iluminado diciendo que es que no cobran lo
suficiente. Como si pagarles 2000 o 3000 euros más al mes fuera a convertir a
los políticos españoles en Metternich. Como si hubiera sueldo alguno capaz de
competir con la mordida del empresario inmobiliario de turno
Como explicaba ayer Lucía Méndez en El Mundo, los altos
cargos del PP se pitorreaban hace apenas unos días de esas primeras
informaciones en las que su diario hablaba de posibles sobresueldos:
“Cuando El Mundo reveló los sobresueldos se lo tomaron un
poco a broma. Implícitamente lo reconocieron, como si fuera una travesura. Que
‘si no me consta’, que si ‘no digo nada porque no me afecta’, que si ‘yo me
ocupo de lo importante’. Al presidente del Gobierno le importunaban las
preguntas sobre estas cuestiones. Un escándalo menor. Con una auditoría de la
Señorita Pepis vamos que chutamos”.
Hace apenas una semana decía el PP que la práctica de los
sobresueldos se cortó de raíz en 2008, cuando la secretaria general del
partido, María Dolores de Cospedal, llegó al cargo. Ahora dice que esos sobresueldos
no han existido jamás. Aún les veremos cambiar de versión una o dos veces más.
Parece legítimo sospechar que lo que ocurre en realidad es que en el PP no
acertaron a calcular bien las consecuencias de las informaciones publicadas en
un primer momento por el diario El Mundo.
A falta de la del presidente del Gobierno, los españoles nos
hemos tenido que conformar con la comparecencia de, precisamente, María Dolores
de Cospedal. Es decir, con la de una subordinada. Toda una señal de cómo
entiende el señor Rajoy Brey eso del liderazgo y las responsabilidades
asociadas al cargo. ¡Quién lo tuviera como jefe! La Cospedal, a la que desde ya
le recomendamos un curso acelerado de gestión de crisis para aprender a
sobrellevar estos papelones, ha dicho cosas tan interesantes como “él sabrá”
(en referencia a Pío García Escudero, que ha confirmado la veracidad de las
informaciones de El País por lo que a él respecta) y “tratan de perjudicar al
PP”. La primera frase está a la altura del “sí, hombre” de Rajoy de hace apenas
unos días. A nuestro presidente solo le faltó hacer caracolillos con el chicle
mientras la pronunciaba. La segunda frase de Cospedal es irrelevante. Dudo que
a los españoles les importen un soberano pimiento las intenciones de los
periodistas de El País o las de aquellos que han filtrado la contabilidad de
Luis Bárcenas. Por amor no lo han hecho, eso está claro. Es probable que a los
españoles les importe más saber si lo publicado por El País y El Mundo es o no
es cierto.
Dice Ignacio Escolar en un artículo publicado ayer en
eldiario.es que “las consecuencias en un país con algo más de cultura
democrática que el nuestro serían sencillas de predecir: la apertura inmediata
de una investigación judicial, la dimisión en bloque del Gobierno y de todos
los dirigentes y diputados que cobraron estas comisiones, la convocatoria
inmediata de unas nuevas elecciones generales y la refundación de la derecha
española en un nuevo partido donde sean los propios militantes de base quienes
corran a gorrazos a todos aquellos implicados en un pasado así”.
La conclusión de Escolar sería la correcta en un país en el
que el principal partido de la oposición fuera la piedra de toque de la
honradez política. En un país en el que hubiera una alternativa decente a la
fermentación acelerada del PP. Pero estamos hablando del PSOE. Del mismo PSOE
que gobierna en Andalucía y que acaba de pedirle al gobierno un PER
“extraordinario” y un número menor de peonadas. ¡El parásito al bollo y el
contribuyente al hoyo! Del mismo PSOE que le financia truños articulados a la
aficionada de turno o que la coloca de directora del Instituto Cervantes de
Estocolmo sin que el principal responsable político del engendro, Jesús
Caldera, se digne dimitir. De un PSOE cuyas esperanzas de futuro descansan en
esos enormes talentos naturales llamados Patxi López, Carmen Chacón y Eduardo
Madina. Como para pillarse un billete solo de ida a la Patagonia.
La conclusión sería asimismo correcta si ese mantra que dice
que “no todos los políticos son iguales” fuera cierto. Aunque de hecho lo es.
Porque hay políticos españoles que no son exactamente iguales al resto: como en
Rebelión en la granja de George Orwell, algunos son más iguales que otros. Como
Xavier Crespo, por ejemplo. El exalcalde de Lloret de Mar (Gerona) está siendo
investigado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña después de que el
juez apreciara indicios de prevaricación y cohecho en relación con la trama de
la mafia rusa que blanqueó 56 millones de euros en dicha localidad. Imaginen cómo
estará el patio en este país para que Andrei Petrov, el capo de dicha mafia,
haya declarado “estar harto de los corruptos de este país”. Cuando la
corrupción en tu país empieza a resultarle cansina hasta a los mafiosos rusos
es que va siendo hora de meterse debajo de una piedra.
Desengáñense. El único político en España que no es igual
que los otros es aquel capaz de presentarse en la comisaría de la Policía
Nacional más cercana para denunciar, con pruebas, la corrupción de sus
compañeros de partido. Aún le estamos esperando. Podrán comprobar lo diferentes
que son algunos políticos españoles cuando mañana, tras la reunión
extraordinaria del Comité Ejecutivo Nacional del partido convocada por Rajoy,
comparezcan los capitostes del PP frente a los medios para cerrar filas
alrededor del presidente y amenazar con querellas a los periodistas que osen
investigar el tema de los sobresueldos.
El ambiente en este país, ya de por sí tradicionalmente
pestilente, se ha embrutecido tanto en los últimos tiempos que la casta
dominante, acorralada por las antorchas, ha decidido arremeter contra sus
propios ciudadanos al grito de “los políticos españoles son corruptos porque
los españoles son corruptos”. Y luego vomitan el ejemplo del fontanero y sus
facturas sin IVA mientras se hurgan los colmillos con el palillo en busca de
los restos putrefactos del solomillo que se acaban de meter en el cuerpo. El
mensaje sería algo así como “a fin de cuentas todos somos iguales”. Pues miren,
señores: no, no somos iguales. Empezando por el hecho de que no es lo mismo una
factura de 50 euros que una contabilidad B por valor de 7.5 millones,
continuando por el hecho de que el fontanero está intentando conservar SU
dinero en el bolsillo y no meter la mano en el bolsillo de LOS DEMÁS, y acabando
por el hecho, evidente hasta para un niño de teta, de que no tiene la misma
responsabilidad el presidente del Gobierno o el alcalde de una localidad de
100.000 habitantes que un ciudadano anónimo que se dedica a hacer chapuzas a
domicilio por 50 euros. En este país, la corrupción cotidiana, la de las
facturas sin IVA, se ha convertido en simple autodefensa contra una casta
dominante que tiene los santos cojones de anunciar una rebaja en la cotización
de los nuevos autónomos como si esta fuera la gran medida contra la crisis. Una
rebaja por la que, durante seis meses, los jóvenes emprendedores “solo” pagarán
50 euros por disfrutar de su derecho constitucional a trabajar en vez de los
300 habituales. Habrá que darles las gracias por tan magnánima rebaja en el
diezmo medieval que pagan los autónomos por su derecho a arruinarse en este
país de pandereta.
Así que la solución no es ya, como dice Escolar, la
convocatoria de elecciones generales. Esa fase de la enfermedad se superó en
España hace mucho tiempo. Convocar elecciones generales en España sería como
darle un poleo menta a un tipo al que le ha arrancado una pierna un tiburón. La
degradación de lo público en España ha alcanzando tamaño nivel de putrefacción
que es el sistema entero el que está en duda. No es el partido en el poder,
sino la monarquía, la judicatura, la policía, el ejército, el parlamento, el
senado, los ayuntamientos, las comunidades, los sindicatos, las fundaciones,
las diputaciones, las empresas públicas, las cajas de ahorros, el Banco de
España, los partidos… No hay institución pública española que no esté metida
hasta el cuello en el pozo de la corrupción, el tejemaneje, la incompetencia y
el nepotismo. No hay gran empresa privada que no esté metida en el ajo. La
separación de poderes en este país es una filfa.
Hace apenas una semana se conocía que la nueva Ley de Cajas
de Ahorros permitirá que los imputados por algún tipo de delito doloso o los
sancionados por comisión de infracciones administrativas puedan convertirse en
directivos de cajas de ahorros si así lo decide el Banco de España. Y es que no
hay nada como el perdón. Especialmente si la ley, como es el caso, descarta
también establecer límite alguno al salario de dichos directivos. Que no se
diga que nuestra clase política es vengativa. Que no se diga que no es
previsora.
Poner orden en el sector público español es el equivalente
de pastorear un rebaño de gatos. Una tarea agotadora pero, sobre todo, inútil.
Porque en España no ha fracasado un partido, un gobierno o un rey: ha fracasado
un sistema. El de la Constitución de 1978. Una Constitución cuyo pecado
original, el de su tutela a bocaperro por parte de las élites financieras y
militares del franquismo, ha acabado desembocando en un país ingobernable. En
un país capaz de provocarle náuseas a la mismísima mafia rusa.
Si los chavales del 15M tuvieran dos dedos de frente se
dejarían de partidos X, de juergas callejeras y de vídeos infantiloides y se
pondrían al frente de las tres únicas reivindicaciones que, hoy en día, pueden
unir a todos los españoles sea cual sea su ideología: insumisión fiscal, el
inmediato ingreso en prisión de la casta extractiva actual, y la convocatoria
de elecciones generales para la formación de unas Cortes Constituyentes sin
pasado reseñable encargadas de la redacción de una nueva Constitución. Una
Constitución racionalista, laica y humanista que haga entrar este país en el
siglo XXI de una puta vez. Una Constitución cuya redacción sea tutelada, si es
necesario, por juristas constitucionalistas de los EE. UU. y la Unión Europea.
Si no sabemos hacerlo mejor, pidamos ayuda a aquellos que sí saben.
Y si se le ha de cambiar el nombre al país, se le cambia.
Que nada nos recuerde que alguna vez existió un virus llamado España.
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