Os dejo un artículo que leí en "El País", lo dejo como un ejemplo de lo que para mi es mal periodismo -cada vez más habitual, por no decir que casi único.
El artículo nos da a entender que todos los Republicanos son racistas -bien, he visto a republicanos negros y hispanos, no es broma-. Repite la palabra Telebasura hasta la saciedad, creo que se refiere a la Fox, propietaria de varios canales, y muchos de ellos se ven en "Canal Satélite Digital".
Los americanos tienen la fea costumbre de cumplir las leyes, y por encima de todo la Constitución, que dice que un presidente debe haber nacido en Estados Unidos, puedes criticar esta ley, pero es lo que hay. Así que ellos entienden que el presidente debe de haber nacido en USA, tenían sus dudas y la Casa Blanca las ha despejado, no hay más.
También son raros en otras cosillas, como acatar las decisiones del Tribunal Supremo, nos gusten o no, Estatut o Bildu. Este es un claro ejemplo de la doble moral, si me gusta está bien y si no todo consiste en una maniobra política. Patético, todo patético.
Claro que hay americanos que creen que Obama es el diablo, como hay españoles que creen que Aznar se reencarna en diablo todas las noche o que Zapatero ha regalado todo el dinero de España a los países árabes.
El bulo se convierte en el quinto poder
Millones de norteamericanos han creído las mentiras orquestadas por Trump acerca del origen de Obama - ¿Puede la democracia acabar siendo rehén de políticos y periodistas sin escrúpulos?
JOSÉ MARÍA RIDAO 01/05/2011
El magnate Donald Trump tiene muchos motivos para sentirse orgulloso de haber conseguido que el presidente Obama haya tenido que hacer pública su partida de nacimiento. Al menos, tantos como para que se extienda la preocupación entre los ciudadanos comprometidos con el sistema democrático. Trump ha logrado, en efecto, que la telebasura fuerce una decisión al máximo dirigente del país más poderoso del mundo, algo que, hasta el momento, era patrimonio de la prensa de referencia. Pero esto es solo la parte visible, casi anecdótica, de una realidad que ha ido fraguándose a lo largo de las últimas décadas, y que afecta a la naturaleza y a las relaciones de la política y del periodismo.
Acosado por la evidencia de que un elevado porcentaje de norteamericanos da crédito al infundio de que no ha nacido en Estados Unidos, Obama se ha visto forzado a exhibir el documento que demuestra lo contrario. Solo en apariencia se trata de un caso más en el que la vida privada salta al ámbito público, en la estela de lo que sucede en tantos programas anodinos emitidos por las televisiones de todos los países. La astucia de Trump ha consistido en encontrar un punto de contacto entre ambas esferas, a partir del cual un asunto personal adquiere una extraordinaria relevancia. Si Obama no hubiera nacido en Estados Unidos, según ha dado a entender el magnate, su acceso a la Casa Blanca sería resultado de un fraude y, por tanto, su presidencia sería ilegítima.
La oposición que cabría hacer a Obama no guardaría, entonces, ninguna relación con las políticas que pretende llevar a cabo, sino con el hecho mismo de que se siente en el Despacho Oval. De imponerse el infundio de Trump, daría igual lo que Obama hiciera o no hiciera; lo que estaría en cuestión es su derecho a tomar ninguna decisión y la obligación de los norteamericanos a obedecerla. El desafío de Trump era de tal naturaleza que el presidente de Estados Unidos no disponía de otro margen que hacer pública su partida de nacimiento. No para salvar su presidencia, sino la estabilidad del sistema democrático norteamericano. Porque, ¿cómo hubiera podido el vicepresidente, Joe Biden, suceder a un impostor si él habría sido el primero, junto al Partido Demócrata, en dejarse engañar?
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