Un brillante escrito de Phil Blackeway, donde nos muestra la diversidad de un país como Francia o cualquier otro europeo, observando la procedencia de los integrantes de su equipo de rugby. Disfrutadlo.
Integración
Clement Poitrenaud, Vincent Clerc, Mathieu Bastareaud, Yannick Jauzion, Alexis Palisson, François Trinh-Duc; Morgan Parra, Imanol Harinordoquy, Fulgence Ouedraogo, Thierry Dusautoir, Pascal Pape, Lionel Nallet, Nicolas Mas, William Servat, Thomas Domingo; Dimitri Szarzewski, Sylvain Marconnet, Julien Pierre, Julien Bonnaire, Frederic Michalak, David Marty, Julien Malzieu.
Son los veintidós jugadores de Francia. Hoy han jugado y ganado, en París, a Irlanda, que ya no puede revalidar su triunfo del año 2009. Una lástima, pero algo lógico: es el relevo de una generación que lo ha dado todo, por otra que llega. Y los franceses han sido hoy mucho mejores.
Pero no voy a hablar de rugby. No, lo haré de los franceses. De su apellidos y de su origen. Sobre ello se ha reflexionado mucho; se destacó con motivo de la Copa del Mundo de 1998 de ese circo que se juega con un balón esférico, aunque con otros matices, porque después acontecieron sucesos contrarios al idílico panorama que se dibujó, ya saben, aquellos de les banlieues. Sin embargo, y sin perjuicio de los errores de los años ochenta y los temores socialistas a la verdadera integración que se escondían tras la trampa de la multiculturalidad, la terca realidad se impone a los experimentos sociales y allí donde hay un entorno de posibilidades se produce naturalmente la cohesión y el trabajo común en pro de un objetivo compartido, llámese bienestar, riqueza o ganar un partido.
A lo mío ahora. Parra y Domingo son apellidos españoles, y en la selección francesa ha habido muchos y muy destacados (los Raphaël Ibáñez, Jean-Michel González, Laurent Rodríguez, Laurent Pardo, Pierre Albaladejo y sólo por destacar a los de aquende los Pirineos); Bastareaud, Dusautoir y Ouedraogo son negros (por favor no me pidan que emplee metáforas ridículas de esas que imponen los secuaces del orwelliano O'Brien) y de origen africano, y éste el capitán del equipo; de Marruecos era Abdel Benazzi, que también fue capitán de Francia y uno de sus mejores jugadores de los 90, o Serge Betsen, tercera línea retirado hace un par de años, y Émile N'Tamack, coetáneo del magrebí y hoy entrenador ayudante de Marc Lièvremont en el XV del Gallo. Más todavía, porque Thrin-Duc es de origen vietmanita, como me confirman dos compañeros de batalla de nacionalidad francesa con los que comparto hoy la retransmisión del partido (y que disfrutamos sobremanera gracias a la algarabía orquestada por los cerca de cuarenta veteranos que nos hemos reunido y que afortunadamente nos impide escuchar los comentarios de Vispe y Moriche, que no mejoran nada). Harinordoquy y Mas son apellidos vasco y catalán respectivamente, y como compartimos con la república del norte a las gentes de ambos extremos de la frontera no diré que son de aquí o allí sino parte del melting-pot francés. Szarzewski y Michalak son apellidos eslavos, así que nos quedan solamente doce (sobre veintidós jugadores) estrictamente franceses, permítanme la licencia. Sin embargo en la empresa común que tienen encomendada, ganar para su país, no hay diferencias, no hay distinciones más allá de esfuerzo compartido unidos por unas pautas sencillas: respeto, camaradería, amistad, sudor, resistencia, empeño e inteligencia. Por eso ganan y por eso serán capaces de rehacerse y conquistar su futuro, y no hablo ya de rugby. A pesar de sus políticos y de los intentos de fragmentación multicultural.
Aquí la feudalización llegó hace tiempo y por otras vías, así que somos diecisiete enfrentados a problemas que otros conocen ya, pero sin ánimo ni objetivos comunes. Las perspectivas no son alentadoras.
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