divendres, 30 de gener del 2009

"Pregúntale al Polvo", de John Fante

Os dejo aquí el Prólogo de "Pregúntale al Polvo" de John Fante, escrito por Charles Bukowski, pronto leeré el libro y ya os contaré

Y0 era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Casi todos los libros que leía pertenecían a la Biblioteca Municipal del centro de Los Ángeles, pero nada de cuanto me caía en las manos tenía que ver conmigo, con las calles, ni con las personas que me rodeaban. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que no tenían prácticamente nada que decir pasaban por escritores de primera línea. Sus libros eran una mezcla de sutileza, artesanía y formalismo, y era esto lo que se leía, se enseñaba en las escuelas, se digería y se transmitía. Era un invento cómodo, una Logocultura ingeniosa y prudente. Había que volver a los autores anteriores a la Revolución Rusa para encontrar algo de aventura, un poco de pasión. Había excepciones, pero eran tan escasas que se agotaban rápidamente y uno se quedaba sin saber qué hacer ante las filas interminables de libros insípidos. A pesar de todo lo que podía haberse aprendido en los siglos precedentes, los autores modernos no eran lo que se dice muy hábiles.

Cogía de las estanterías un libro tras otro. ¿Por qué nadie decía nada? ¿Por qué no alzaba nadie la voz por encima de la de los demás?

Probé en las distintas secciones de la biblioteca. La sala de Religión me pareció un páramo tan vasto como inútil. Fui a la de Filosofía. Di con un par de alemanes resentidos que me estimularon una temporada, hasta que los olvidé. Probé con las matemáticas, pero las matemáticas superiores no se diferenciaban de la religión. no me afectaban en absoluto. Lo que yo buscaba no se encontraba al parecer en ninguna parte.

Probé con la geología, y al principio sentí cierta curiosidad, pero me resultó insustancial a la postre.

Descubrí ciertos libros sobre cirugía y me gustaron los libros sobre cirugía: las palabras eran nuevas y maravillosas las ilustraciones. En concreto, me gustaron y memoricé los detalles de las operaciones del mesocolon.

Al final abandoné la cirugía y volví a la gran sala abarrotada de autores de novelas y cuentos. (Cuando tenía morapio en abundancia no iba por la biblioteca. Una biblioteca era un lugar estupendo para pasar el rato cuando no se tenía nada para comer o beber y cuando la dueña de la casa le perseguía a uno con los recibos atrasados del alquiler. En la biblioteca, por lo menos, se podía ir al lavabo sin problemas.) Vi muchísimos compañeros de vagabundeo allí, y casi todos dormidos sobre el libro abierto.

Seguí recorriendo la sala general de lectura, cogiendo libros de los estantes, leyendo unas cuantas líneas, unas cuantas páginas, y dejándolos en su sitio a continuación.

Pero cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos hojeándolo. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros
municipales, me llevé el libro a una mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He allí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto.

Tenía tarjeta de lector. Rellené la hoja del servicio de préstamo, me llevé el libro a casa, me tumbé en la cama, me puse a leerlo y mucho antes de acabarlo supe que había dado con un autor que había encontrado una forma distinta de escribir. El libro se titulaba Pregúntale al polvo y el autor se llamaba John Fante. Tendría una influencia vitalicia en mis propios libros. Acabé Pregúntale al polvo y busqué más libros de Fante en la biblioteca. Encontré dos. Dago red y Espera a la primavera, Bandini. La calidad era la misma, se habían escrito con el corazón y las entrañas y no hablaban de otra cosa.

Sí, Fante tuvo sobre mí un efecto poderoso. Poco después de leer los libros que he citado conviví con una mujer. Estaba más alcoholizada que yo, sosteníamos peleas violentas y a menudo le gritaba: «No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!».

Fante fue para mí como un dios, pero yo sabía que a los dioses hay que dejarles en paz, que no hay que llamar a su puerta. Sin embargo, me ponía a hacer conjeturas sobre el punto exacto de Angel’s Flight en que al parecer había vivido y hasta pensaba que a lo mejor seguía viviendo allí. Casi todos los días pasaba por el lugar y me preguntaba: ¿será ésa la ventana por la que se deslizaba Camila? ¿Es ésa la puerta de la pensión? ¿Es ése el vestíbulo? No lo he sabido nunca.

Treinta y nueve años más tarde he vuelto a leer Pregúntale al polvo. Quiero decir que lo he vuelto a leer este año y que todavía se sostiene, al igual que las demás obras de Fante, pero que éste es el libro que prefiero porque constituyó mi primer encuentro con la magia. Escribió otros libros, además de Dago red y Espera a la primavera, Bandini. Por ejemplo, Plenitud de vida y The brotherhood of the grape. En la actualidad está escribiendo otra novela, A dream of Bunker Hill.

Al final, gracias a otras vicisitudes, he conocido al novelista este mismo año. Queda mucho por decir de la vida de John Fante. Una vida con una suerte extraordinaria, con un destino horrible y llena de una valentía tan natural como insólita. Es posible que se cuente algún día, aunque creo que a él no le gustaría que yo la contase aquí. Permítaseme decir, sin embargo, que en su forma de escribir y en su forma de vivir se dan las mismas constantes: fuerza, bondad y comprensión.

Es todo. A partir de este momento, el libro pertenece al lector.

CHARLES BUKOWSKI
5-6-79

dimecres, 28 de gener del 2009

Lucha, Sacrificio, Respeto, Entrega, Combate, Amistad y Fair-play

Este es un artículo publicado por Phil Blakeway en Zona rugby. El rugby intenta mantener los valores que le han llevado a ser lo que es ahora, un pequeño oasis entre las tormentas de muchos deportes profesionales, donde prima el resultado sobre cualquier otra cosa. Ver un partido de fútbol donde los jugadores se tiran al suelo a la menor oportunidad, tíos de noventa quilos que caen desmayados tras un leve golpe, "hay contacto" gritan los periodistas, todos chillan al árbitro, los partidos de juveniles que nos da el plus nos ofrece las mismas trampas a menor escala... Uno va viendo como lentamente el fútbol va muriendo, y no lo digo yo, lo dicen los estadios repletos de cemento, deseemos que el rugby no entre en esta vorágine.

Los rugbistas nos preciamos de cierta categoría moral. La ética y la estética de nuestro deporte la determina. La tradición también. Esa sutil transmisión de conocimientos, hábitos, sensaciones y costumbres que van dosificando los mayores para que los jóvenes adeptos queden para siempre incorporados a la secta: lucha, sacrificio, respeto, entrega, combate, amistad, fair-play. Una mirada, un gesto que enseña, a veces, mucho más que una arenga. El zaguero consagrado que da un pase de ensayo al ala novato, cuando un quiebro fácil le hubiera proporcionado su enésima marca. El viejo pilier que concurre ineluctablemente con su bolsa el partido del tercer equipo, esa turbamulta de imberbes y suplentes, por si hace falta echar una mano en el segundo tiempo, aun sabiendo que acabará jugando todo el partido y soportará las quejas de su mujer y de sus gastados huesos, por la noche, después de las cervezas. El consejo quedo del delegado que trota la banda en los partidos de todas las categorías del club cada fin de semana. El que nunca protesta cuando le toca levantar el banderín en el lateral. El padre de aquel jugador que lleva al campo a seis o siete juveniles apretujados en su monovolúmen, o la madre de aquel otro que siempre se acuerda de llevar aquarius para el medio tiempo. Tu madre, o tu mujer, o quien quiera que sea que meta la piltrafa de camiseta en la lavadora tras cada partido. El encargado del botiquín del segundo equipo, donde nunca falta de nada. El entusiasta juvenil que se vuelve imprescindible para dominar a la vocinglera legión de críos que son el futuro del equipo. Mil ejemplos más. Eso es altura de miras; eso es solidaridad; eso es Rugby.

Y sin embargo hay excepciones. Debemos erradicarlas. Tenemos que establecer barreras. No podemos permitir que el Grial que ahora nos toca preservar se enfangue. Los reglamentos de competición y la autoridad del árbitro no son suficientes, aun siendo en nuestro deporte donde, sin duda, más se respeta al mediador. Se impone la autorregulación. La de cada uno, la que sale del alma de quien participa de los valores que conforman el deporte de los villanos jugado por caballeros. Debemos aborrecer las conductas impropias, porque la línea que separa nuestra disciplina de la riña tumultuaria es tan frágil que sólo mentes y espíritus despiertos y alerta serán capaces de preservar el tesoro.

Yo no lo he visto, pero dicen que este fin de semana hubo más que palabras en un campo del Este de Madrid. Dicen, lo he leído en un foro bien conocido, que el asunto fue más allá de lo que suele zanjarse entre árbitro y capitanes, acaso con un sin bin y un “10 metros más”. No hay excusas, eso no debe suceder jamás. Da igual el motivo, porque cada vez que eso sucede, se pierden fieles a la causa y se traicionan los fundamentos del espíritu que nos mueve.

Tampoco son de recibo actitudes veleidosas y arrogantes que desmerecen a quien las practica. Me cuentan también que en otro campo, ahora de hierba artificial, se enfrentaban dos universidades madrileñas, una del Oeste y otra del Sur, regida ésta por alguien que fue la tercera autoridad de la Nación. Que una, la del Sur, concurría con treinta jugadores y la otra con apenas dieciseis, porque coincidía el partido con exámenes de la mayoría. Que a la hora del pitido inicial el delegado de la magra en efectivos sólo pudo reflejar en el acta los nombre de los presentes. Que tres o cuatro más, acabado el exámen que les entretenía, acudieron raudos, y que el delegado de la otra universidad no les permitió jugar. Espíritu mezquino, mentalidad estrecha, contra la naturaleza del rugby: su equipo, el que iba sobrado de efectivos, ya ganaba por cuarenta puntos. Qué desánimo, qué desaliento entre los que se quedaron sin jugar después del esfuerzo del desplazamiento. Qué bajeza contra el rugby y sus fieles.

Conductas indignas aquella y esta, que hay que desterrar. Nos va el futuro en los detalles. En nuestro valor añadido.

dilluns, 26 de gener del 2009

En el Cafè de la Joventut Perduda

Decepció, aquesta es la paraula que descriu millor el meu sentiment després de llegir aquest llibre d’en Patrick Modiano, editat per Proa. No hem crec ni m’enganxa l’historia de la Louki, ni el començament –explicant la vida del “freakies” que passen pel cafè-, ni el mig –amb les històries de la gent que l’ha conegut-, ni amb el final que te, tan previsible com d’agrair. Un quatre sobre deu. I com diu el protagonista de “Jardins de Pedra”; “Les opinions son com el cul, cadascú te el seu i fa amb ell el que vol”, os deixo la crítica del llibre, escrita per Robert Saladrigas, que va aparèixer a La Vanguardia.

Cuando hace sólo unos meses (2/ I/ 2008) escribí a raíz de la traducción de Un pedigrí (2005) que Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945) había coronado un texto excepcional (siempre escarbando en la memoria de su conciencia, describiendo obsesivamente un tiempo y un paisaje que a los viejos lectores de su narrativa nos es archifamiliar), no conocía su última novela En el café de la juventud perdida (Dans le café de la jeneusse perdue)por entonces recién aparecida en Francia. El hermoso título pertenece a la cita que abre el libro y anticipa su sentido: "A mitad del camino de la verdadera vida, nos rodeaba una adusta melancolía, que expresaron tantas palabras burlonas y tristes, en el café de la juventud perdida". Está extraída de las Memorias de Guy Debord (1931-1994), el intelectual marxista, autor de una obra de referencia, La sociedad del espectáculo,que antes de ver su cuerpo arruinado por el sufrimiento eligió morir.

Bajo tales auspicios, Modiano sigue siendo fiel a su propio universo pero en mi opinión - y para mi asombro- da un salto hacia delante en cuanto a asunto y estratagema narrativa. En el París de los cincuenta, nos informa, hubo entre muchos otros un café llamado Le Condé. ¿Su ubicación? ¿Dónde iba a estar sino en el barrio de L´Odéon, en un perímetro exactamente trazado, cuyo vértice es la plaza Blanche? Su clientela era peculiar, compuesta por artistas jóvenes y estudiantes. Un día cruza el umbral una chica discreta que nadie sabe quién es pero vuelve una y otra vez a horas distintas, se sienta al fondo del local, poco a poco se mezcla con los tertulianos y luego alguien, para identificarla, la llama Louki. Pues bien, Modiano se propone contar con su habitual estilo la vaga historia de Louki que como averiguaremos más adelante se llama Jacqueline Choureau, de soltera Delanque, y es hija de una empleada del Moulin Rouge.

La novedad es el artificio literario con que nos conduce hasta esa intensa y extraña criatura que es Louki. Divide el relato en cuatro monólogos: el primero de un alumno de la Escuela de Minas, asiduo del café; el segundo, un detective privado, Casley, a quien Jean-Pierre Choureau, el marido de Louki, ha encargado investigar el paradero de su esposa que ha abandonado el hogar y las pesquisas lo llevan a Le Condé; el cuarto y último es de un escritor, un tal Roland, que conoció a Louki en el gabinete de Guy de Vere, versado en ciencias ocultas, y gracias a Roland conoceremos la resolución de la historia. Pero entremedias Modiano se permite un rasgo de genialidad, una verdadera pirueta, que para mí da la dimensión de su absoluto dominio de la técnica narrativa. Si el estudiante, el detective y el escritor son voces que nos hacen ver desde el exterior a la protagonista, de repente, en el tercer monólogo, quien habla es la propia Louki y naturalmente lo hace desde dentro.La ocurrencia de dejarnos escuchar lo que la chica tiene que decir de sí misma, cuando la historia está montada en torno a su ambigüedad, me parece un riesgo de grosor considerable.

Sin embargo el cambio de perspectiva, magistralmente controlado por el autor, resulta esencial para entender que la clave de la novela, es decir, el conflicto que hace inestable a Louki, que justifica sus ciegas escapadas por los dédalos del barrio, huyendo de las inoperantes certezas del orden burgués, es la búsqueda hipnótica a vida o muerte de una identidad reconocible con la que sobrellevar el caos de la soledad y la desesperación. Pero - he aquí lo terrible que marca la impronta trágica del relato y su poderosa fascinación- el proceso indagatorio al que se entrega desde niña Jacqueline, primero Delanque (de padre desconocido), luego Choureau y por fin Louki (un nombre atribuido casi como una boutade,sin raíces, que nada significa) únicamente le será útil para descubrir que no sólo es un misterio para los otros sino que lo sigue siendo para sí misma. Una verdad insoportable. No es casual que Louki se mueva sin respiro por lo que Roland llama "Las zonas neutras" que describe así: "Había en París zonas intermedias, tierras de nadie en donde estaba uno en las lindes de todo, en tránsito, o incluso en suspenso. Podía disfrutarse allí de cierta inmunidad".

Demostración de sabiduría Roland - y por su mediación Modiano- habla en pasado ya que, según constata al cabo de unos años, nada de eso existe. El café Le Condé, donde se dice que algunos de sus clientes eran Adamov, Maurice Raphaël, Olivier Larraondo, ¿tal vez Genet o Perec?, que se pasaban Los cantos de Maldoror o Iluminaciones,lo encuentra transformado en una tienda de marroquinería. También han sido barridas de París las zonas neutras;la misma Louki fue tragada por el vacío; y la juventud y su adusta melancolía, la esperanza de todos ellos de materializar los sueños, de convertirse algún día en lo que entonces cada uno ambicionaba ser... De manera que las cenizas de aquello que fue real son hoy pura ficción.

No puedo concluir sin referirme una vez más a la precisión expresiva de Modiano que libro tras libro - nunca aburridos ni poco convincentes como sucede con tantos productos de la literatura francesa actual- me produce una admiración que no cesa de aumentar. Pienso que su falsa sencillez es la más brillante y genuina demostración de sabiduría. Y En el café de la juventud perdida la dramática y hermosa historia, extraordinariamente bien contada y diseñada, de una mujer extraterritorial, inolvidable, que sólo un autor dueño de todos sus recursos narrativos podía crear. No la ignoren.

dijous, 22 de gener del 2009

El Ladrón de chicles

Un buen libro, del autor de "Generación X", Douglas Coupland, por cierto el libro "Generación X" se encuentra descatalogado en España, si un alma caritativa me lo quiere mandar aquí a la derecha está mi mail para negociar. La relación entre un hombre de unos cincuenta años que tiene el trabajo de un adolescente, en una tienda de material de oficina, una adolescente que trabaja allí y la madre de esta. En el centro la novela que escribe el hombre desengañado, mezclando los personajes "reales" con los nuevos de ficción -para mi lo mejor de la novela-. Una obra original que pierde puntos en un final previsible y falto de imaginación, ¿pereza del escritor?. Un siete sobre diez. Os dejo la crítica de Kiko Amat para la Vanguardia. Por cierto, lo publica EL ALEPH 283 PÁGINAS 18 EUROS.


Todo empeora, y la experiencia es un arma de doble filo. El paso del tiempo te hace bueno, y luego, injustamente, malo. Los ejemplos están por todas partes, en todas las disciplinas: ¿Martin Amis? ¿The Rolling Stones? ¿Los hermanos Coen? Cada vez mejores hasta alcanzar el cenit (que llamaremos A) y luego en barrena, firmando obras cada vez más inmundas hasta el punto de vertedero total (que llamaremos Z). El canadiense Douglas Coupland despegó con una obra casi perfecta (Generación X),continuó su gallardo ascenso con Planeta Champú (1992) y La vida después de Dios (1994), franqueó sonriente las puertas doradas de su A (Microsiervos,1995) y escogió una portezuela errónea (la espantosa Todas las familias son psicóticas,2001) para empezar a precipitarse a la Z como un yunque. Pero... ¡No! Coupland rectificó a milímetros del suelo y volvió a ascender, como un petardeante avión cuyo motor hubiese regresado a la vida. La última prueba es El ladrón de chicles.Que no es su segundo cenit, pero al menos está asentado en la curva ascendente.

Los que éramos fans (y desde hacía unos años jurábamos no conocerle de nada) respiramos aliviados.

Porque El ladrón de chicles es bueno, muy bueno. Qué narices: es sensacional. El libro está estructurado de forma epistolar, y recoge la correspondencia entre dos trabajadores de un mart de material de oficina, ambos cómplices en la amargura: Roger (un cuarentón divorciado y taja) y Bethany, una adolescente gótica. Coupland aprovecha esta excelente materia prima humorística inyectándole una venenosa dosis de hastío, pathos y náusea existencial. En medio de esa correspondencia está la novela-dentro-de-la-novela que Roger está escribiendo, Glove Pond (una sátira de ¿Quién teme a Virginia Woolf?);y crueles sátiras del relato de taller literario ( "Escribe una historia desde el punto de vista de una tostada"); y multitud de vitales personajes periféricos. Y suficiente dolor, culpa ( "No me merezco un alma, y aun así tengo una. Lo sé porque me duele"), drama y broma macabra como para angustiarse un año entero. Ignoren lo que dice la faja de que este libro es un "gran placer posmoderno". No puede ser posmoderno, porque duele: ahí, ahí y también ahí, donde se están tocando ahora mismo. El ladrón de chicles está vivo, y les va a matar de risa y les va a hundir el día. Qué más rayos quieren.

dimarts, 20 de gener del 2009

Hace muchos, muchos años en un reino junto al mar habitó una señorita cuyo nombre era Annabel Lee.

Uno puede elegir la canció de Radio Futura o el Poema de Edgar Allan Poe, os dejo el poema, porque la canción la conocemos todos, al menos el inicio. Cuantas copas nos hemos tomado escuchando a Annabel Lee, susurrándonos al oído que puede existir, aunque cada noche se nos escapaba y cada resaca nos rendía.

Hace de esto ya muchos, muchos años,
cuando en un reino junto al mar viví,
vivía allí una virgen que os evoco
por el nombre de Annabel Lee;
y era su único sueño verse siempre
por mí adorada y adorarme a mí.

Niños éramos ambos, en el reino
junto al mar; nos quisimos allí
con amor que era amor de los amores,
yo con mi Annabel Lee;
con amor que los ángeles del cielo
envidiaban tanto a ella como a mí.

Y por eso, hace mucho, en aquel reino,
en el reino ante el mar, ¡triste de mí!,
desde una nube sopló un viento, helando
para siempre a mi hermosa Annabel Lee
Y parientes ilustres la llevaron
lejos, lejos de mí;
en el reino ante el mar se la llevaron
hasta una tumba a sepultarla allí.

¡Oh sí! -no tan felices los arcángeles-,
llegaron a envidiarnos, a ella, a mí.
Y no más que por eso -todos, todos
en el reino, ante el mar, sábenlo así-,
sopló viento nocturno, de una nube,
robándome por siempre a Annabel Lee.

Mas, vence nuestro amor; vence al de muchos,
más grandes que ella fue, que nunca fui;
y ni próceres ángeles del cielo
ni demonios que el mar prospere en sí,
separarán jamás mi alma del alma
de la radiante Annabel Lee.

Pues la luna ascendente, dulcemente,
tráeme sueños de Annabel Lee;
como estrellas tranquilas las pupilas
me sonríen de Annabel Lee;
y reposo, en la noche embellecida,
con mi siempre querida, con mi vida;c
on mi esposa radiante Annabel Lee
en la tumba, ante el mar, Annabel Lee.

dilluns, 19 de gener del 2009

Crisis Financiera (6): España

Otro artículo más de Xavier Sala-i-Martín sobre la crisis, que para unos está acabando, para otros todavía no ha llegado lo peor, para otros está empezando, o sea, que no tenemos ni pajolera idea de como va a continuar esto. Así que en el país de los ciegos mejor ir ciego.

Por mucho que el gobierno dé las culpas a la situación financiera internacional, la crisis española es made in Spain. Cuando España era un país pobre, basó su crecimiento en productos baratos porque los salarios y, por lo tanto, los costes de producción eran bajos. A medida que crecía, los salarios subían y la competitividad desaparecía. Al no poder competir vendiendo productos más baratos que los demás, España tenía que innovar. Pero nunca lo hizo. En lugar de ello, intentó perpetuar la situación contratando a inmigrantes pobres, cosa que no hacía más que retardar las reformas: gracias a que los inmigrantes aceptaban salarios miserables, las empresas no tenían incentivos a invertir en tecnología o transformarse hacia actividades de mayor valor añadido.

La burbuja inmobiliaria también contribuyó a que no se hicieran reformas. Por alguna razón se generalizó la idea de que la vivienda era una inversión segura (“el ladrillo nunca baja”, decían, ¿lo recuerdan?) y todo el país se dedicó a comprar casas. Eso hacía subir el precio lo cual, además de “confirmar” aquello de que el ladrillo nunca baja, incentivaba a constructores a edificar como locos. Entre un 15 y un 19% del crecimiento español llegó a depender de la construcción (el 4% en EEUU). El problema es que ese crecimiento sólo se podía mantener si los precios seguían subiendo y la histeria colectiva que los hacía subir tenía que llegar algún día a su fin. Y al final, eso fue lo que pasó, el ladrillo dejó de ser una buena inversión, la gente dejó de comprar, las constructoras e inmobiliarias dejaron de contratar y, ahora, y una parte importante del PIB va a desaparecer.

¿Qué tiene que ver eso con la falta de innovación?: ¡la complacencia! Mientras las cosas iban bien, nadie veía la necesidad de llevar a cabo las dolorosas reformas que habrían fomentado la innovación. Pero ahora que ha acabado el boom de la construcción: ¿exactamente qué producirá España? Silencio sepulcral.

La monumental borrachera de la construcción ha dejado dos resacas importantes. Por un lado, una deuda inmobiliaria que ronda los 300.000 millones de euros (¡el 27% del PIB!) Eso es un problema serio porque los ingresos de ese sector en la actualidad son casi nulos. En consecuencia, la banca (¡si!, esa banca tan segura gracias al gran sistema regulador español), se va a tener que quedar con viviendas, solares, edificios a medio construir, y ciudades fantasma en la Costa del Sol. Una parte será revendida… pero a precios de saldo. Si, siendo optimistas, recupera el 66% en términos reales, el agujero final será de unos 100.000 millones de euros. Casi el 10% del PIB.

Por otro lado, ha quedado un déficit exterior que también ronda el 10% del PIB. Simplificando, el déficit es la diferencia entre la demanda y la oferta agregadas: si la gente quiere comprar (demanda) más de lo que produce (ofrece), la diferencia debe ser comprada en el extranjero. Visto así, el déficit sólo se puede corregir de dos maneras: disminuyendo la demanda o aumentando la oferta. Así de simple. El problema es que reducir la demanda quiere decir que familias, empresas y gobierno gasten un 10% menos. Es decir, una recesión económica del 10% del PIB relativo al potencial. No sabemos si esa caída se producirá durante el 2009 –como Indonesia en 1997 o Argentina en 2000- o si habrá una caída más lenta pero mucho más larga –como ocurrió en Japón entre 1990 y la actualidad. Pero de un modo u otro la caída ocurrirá… a no ser que aumente la oferta. Es decir, que aumenten la productividad y competitividad empresarial.

Lo que nos lleva a las medidas de política económica. Si el gobierno quiere evitar una catástrofe, debe concentrarse en el fomento de la productividad. No hay alternativa. Para ello debe llevar a cabo tres tipos de acciones. Primero, hay que liberalizar rápidamente la oferta: reducir costes burocráticos, eliminar regulaciones caprichosas o rebajar costes fiscales relacionados con la producción, contratación e inversión.

Segundo, si se quieren tomar medidas de “corte keynesiano” para luchar contra la crisis, seleccionar aquellas que tengan un mayor efecto sobre la productividad. Ejemplos: (1) una política fiscal expansiva a base de reducción de impuestos que hagan a las empresas más competitivas hoy es mejor que un aumento del gasto público que conlleve mayores cargas fiscales futuras; (2) Cuando se escoja entre diferentes tipos de infraestructuras, que se elijan las que generen mayor competitividad e innovación; (3) Antes de rescatar o ayudar a un sector, que se pregunte si es un sector de futuro o de pasado o si se instaló en España porque buscaba salarios bajos; (4) En lugar de buscar gasto público adicional, que el gobierno considere pagar las deudas que tiene con miles de empresas que viven financieramente ahogadas por culpa de su perniciosa y pertinaz morosidad.

Tercero, deben empezar a introducirse aquellas reformas que no van a tener efectos a corto plazo pero que son fundamentales para la competitividad a la larga. Entre ellas, la transformación del sistema educativo para fomentar la creatividad y el espíritu emprendedor de los jóvenes, la transformación del sistema financiero para que sea capaz de financiar proyectos de innovación o la erradicación de los excesos intervencionistas en sectores clave.

La hecatombe económica puede y debe ser evitada. Sólo es cuestión de que el gobierno abandone el comportamiento errático demostrado en 2008 y haga las cosas bien. La hora de la verdad ha llegado a España.


La Vanguardia, 17-01-2009

divendres, 16 de gener del 2009

Una dona incòmoda

“Una dona incòmoda”, de Montse Banegas, ha estat publicat per Edicions Proa, editorial molt recomanable. El llibre es fàcil de llegir, interessant i amb punts de vista força curiosos. La pacient es molt inestable el que dona estabilitat a aquest llibre. Sobre 10 li dono un 7. Os deixo la crítica de La Vanguardia, i ja sabeu, sempre es millor llegir que mirar la Tele-Escombreries. Bon cap de setmana.

En Una dona incòmoda de Montse Banegas (Flix, 1974) se habla a menudo del tabaco, de los vaivenes de la adicción. Lo que, de entrada, resulta reconfortante. La autora parece querer sugerirle al lector - a un determinado tipo de lector-que ha leído La conciencia de Zeno,que ha asimilado sus enseñanzas y que, bajo la apariencia sencilla de una novela sobre una chica descarriada, el libro profundiza en una inquietud más profunda, universal. El libro de Svevo aparece poco después en una lista de las lecturas de la joven Mònica. Es un nivel de sutileza por encima de lo acostumbrado, que da la medida de una muy apreciable primera novela. Banegas se asoma a la crisis contemporánea, a partir de experiencias propias, desde la conciencia de pertenecer a una tradición, con un sabio manejo de los referentes, que no excluye la ironía. Novelista de la vida familiar y universitaria, describe las peripecias de una joven estudiante de historia, desde la entrada a la edad adulta hasta el descalabro provocado por una serie de malas elecciones, que conllevan el fracaso de su normalización personal y académica. Mònica es una joven retraída, hija de padres excéntricos, una chica sin voluntad, que toma decisiones cruciales (estudiar historia, pedir una beca Erasmus) al azar de una aparición inesperada del padre o de un póster colgado en una habitación. "No crec que l´esforç i el treball tinguin cap conseqüència moral", escribe en una frase que resume su filosofía de la vida.

Banegas ha construido un personaje nihilista y lúcido, capaz de hundirse en la apatía o alardear de sus encantos femeninos. Una personalidad con una lógica propia, que hace niñerías (cuando se tiende a pasar el rato debajo de la cama o cuando se forra el lavabo de tickets del supermercado), pero que reflexiona con competencia sobre el prestigio social de los antidepresivos (se pasa media novela con cápsulas de litio) o sobre el papel de la clase media en la crisis de la enseñanza. Su manera de relatar las cosas, que incluye siempre un matiz autoirónico, compensa la opresión de trastornos y dependencias. Uno echa en falta, junto a un narrador de tanta envergadura, personajes de su talla. Es una pena que la figura de Clara, la compañera de pensión que se suicida a media novela, no esté un poco más desarrollado y que Banegas no lo recupere hasta el final, después de muchas páginas de intrigas entre profesores y becarios. Resulta curioso que, en este escenario de mínimos repliegues psicológicos y detalles interesantes, la actitud de Mònica frente al sexo se presente de manera tan superficial (poco se dice de sus primeras experiencias, el lector la encuentra ya madura y desengañada, en "rotllos estranys").

Una dona incòmoda y El professor d´història,Montse Banegas, de trenta y cuatro años, y Joan F. Mira, de sesenta y nueve, coinciden en un negro diagnóstico sobre la sociedad actual y el papel que representa en ella la historia y su aprendizaje. En ambos casos, el desarreglo colectivo se traduce en trastorno biológico. Significativamente, la protagonista de la novela de Banegas escribe su tesis doctoral sobre la Sociedad de Naciones y los equilibrios de poder. Un mal cálculo que lleva a aplicar a la vida corriente los tejemanejes políticos conlleva su salida de la universidad. Prometedor comienzo.

dijous, 15 de gener del 2009

Gangs Of New York

Mientras mi equipo, con el permiso del Nàstic, el Atlético de Madrid, perdia de nuevo con el F.C. Barcelona, por tercera vez esta temporada, yo estuve viendo de nuevo "Gangs of New York", una gran película, cada vez que la veo me gusta más. La batalla inicial en la nieve es genial, me recuerdan al inicio de "Lo que sé de los vampiros" de Francisco Casavella. "Aún no ha empezado la batalla y la nieve huele a sangre. Al frente de su caballería,muy derecho en la montura, el rey admira lo que en breve será campo de fuego. Desenvaina el sable, vira grupa hacia sus filas para ordenar una carga y sólo entonces descubre lo imperdonable más allá de tricornios, banderas y capotes relucientes. El monarca pica espuela y cabalga entre el vapor de cien alientos hasta alcanzar al oficial que recula y tiembla. La mirada del rey es Desdén Luminoso; su voz, la Voz del Destino; sus palabras, el Martillo delTiempo:
-¿Te crees que vas a vivir eternamente, soperro?"

Os dejo la crítica de Carlos Boyero, no sé si el mejor crítico que he leído, pero para mi el que escribe mejor sobre cine. Y si pincháis aquí la crítica que aparece en una gran página de cine, filmaffinity, muy recomendable para no ver auténticos bodrios y no perderse pequeñas joyas. Críticas de espectadores, algunas realmente buenas y sobretodo independientes, no comen de esto.

Viendo la película desee que nuestro entrenador no fuera el mejicano Aguirre, si no "El Carnicero", el personaje interpretado por Daniel Day Lewis, partiendo la carne en el vestuario, ante los jugadores y mirándoles a los ojos con su ojo de cristal decirles: "si no os dejáis la piel en el campo la próxima carne que tendréis aquí será la vuestra, y no la de esta pobre vaca."


Martin Scorsese ha utilizado siempre el engañoso envoltorio de la ficción para hablarnos de lo que ha conocido profundamente en la vida real, de los personajes, ambientes y sensaciones que han marcado su existencia, de sus recuerdos más intensos de infancia y de adolescencia, de las historias que le contaron sus mayores. Su irrenunciable patria, su territorio más amado, el alimento de su arte no es Estados Unidos, sino la caótica, tensa, dura, fascinante y compleja ciudad que le parió.

Lou Reed, en una hermosa, vibrante y memorable canción hacía una arrogante, conceptual y tajante declaración de principios morales afirmando: «Soy un hombre de Nueva York». Woody Alíen y Scorsese comparten esa certidumbre sobre las señas de identidad de su personalidad y de su arte. Son hijos de Nueva York, artistas de Nueva York, y nos hablan con un lenguaje magistral y con la autoridad que les otorga el conocimiento y el amor a esa Babel en la que ocurren todo tipo de cosas. Retratan su olor, su luminosidad, su negrura, su vitalismo, su ritmo, su magia, su violencia, sus calles apacibles, sus calles tenebrosas.

En Gangs of New York Scorsese retrocede en el tiempo para describirnos los orígenes de su eterno icono. Posee datos y referencias muy precisas sobre la arquitectura de su ciudad y la gente que la habitaba. Los utiliza con sabiduría y su poderosa imaginación, unida a la de sus brillantes guionistas, se inventa una historia que huele a real, llena de ruido y de furia, de épica y de horror, de pasión y de lírica. Combina con el pulso de un clásico la historia y la leyenda, la acción y el intimismo, el miedo y la determinación, el abrasivo retrato coral y la descripción más sutil de las emociones.

En "La edad de la inocencia" Scorsese recreaba la Nueva York de la segunda mitad del siglo XIX. Allí describía el universo de los ricos, de lo aristocracia de Manhattan. Narraba una imposible historia de amor, jodida por las convenciones sociales, la hipocresía y el temor al veredicto de la opinión colectiva, el gozoso nacimiento de lo que pudo ser y el trágico crepúsculo de lo que no fue. No había sangre ni violencia externa. Las formas eran exquisitas pero el fondo era estremecedor. Hacía la crónica del peor de los fracasos, el de no haber sido feliz.

En Gangs of New York retorna a la misma época, pero aquí el problema ya no es vivir, sino sobrevivir. Muestra la miseria y la desesperación que la acompaña, la ley de la selva y sus inflexibles reglas, el hacinamiento y la sordidez, la feroz batalla entre los nativos y los emigrantes, la corrupción de los políticos y de la policía, la invisible línea divisoria entre la delincuencia y el orden, los ritos iniciáticos y la irrenunciable venganza, la necesidad de pertenecer a un clan para no sentirse perdido y la traición a tu gente en nombre de las sucias salvaciones cotidianas, la tentación de huir y la implacable tiranía del fatalismo, la violencia como exclusiva forma de relación y de poder y los transparentes y salvajes orígenes de la revolución de la plebe.

Tengo que retroceder mucho tiempo para encontrar el grado de aterrada hipnosis que me provoca el adrenalínico arranque de esta película. Un hombre majestuoso y vestido con una sotana que le exige a su pequeño hijo que jamás limpie de su navaja la sangre que ha derramado. Tambores obsesivos que van congregando alrededor de este temible jefe de la tribu a sus desharrapados y volcánicos guerreros en un escenario que desprende el aroma del universo que pintó el Dickens más sombrío. Una calle nevada en la que el ejército enemigo espera el desafío y la batalla que perpetuará el dominio del vencedor, acaudillado por el inolvidable Bill el Carnicero, racista, xenófobo y cruel, exhibiendo como certificado de guerra sus depredadores cuchillos y un ojo de cristal en el que está grabado un águila. Es el prólogo de la catarsis, del bestial cuerpo a cuerpo con armas cortantes, del vencer o morir.

El enganche de esta magistral secuencia inicial permanece durante casi tres horas que pasan volando. Asistiremos a la inaplazable venganza del cachorro contra el matador de su padre, la complicidad afectiva y la admiración mutua de los que están condenados a enfrentarse, la tenebrosa evolución de unos barrios insomnes en los que el fuerte se ceba sistemáticamente con el débil. Todo desprende autenticidad, vida y sentimientos intensos. Esta película posee el sello que identífica a las obras maestras. No hay tiempos muertos, ni balbuceos, ni relleno, ni impotencia. Sus ambiciones son enormes, pero el resultado también. Es grandiosa en todos los sentidos.

dimarts, 13 de gener del 2009

Ser valiente

Ser valiente, el honor, el valor, las películas de héroes en blanco y negro que hemos olvidado, que han pasado todos a mejor vida, cuando el mundo real nos ha convertido a todos en villanos de nuestra propia comodidad. La carga de la Brigada Ligera en Balaklava, la batalla de las Termópilas, el sacrificio de Numancia, tantos muertos, tanta valentía, todo perdido en el tiempo. Dicen que los cementerios están llenos de valientes, yo afirmaría que están plagados de cobardes.

Os dejo la foto del último valiente conocido, si alguien los tiene mejor puestos que no deje de avisar al mundo que el último valiente continua vivo.





dilluns, 12 de gener del 2009

Bukowski y Fante. Mensaje en una botella

Este es un artículo de Mauro Libertella que publicó en la revista "Libros Radar", nos habla de Charles Bukowski y de la relación que tuvo con John Fante, otro gran escritor. Largo, pero muy interesante. He puesto en negrita una anécdota muy divertida de este genio de la literatura.

Hay una serie de escenas que fundan lo que podríamos llamar el mito Bukowski. Con prolijidad, fue el mismo Hank el encargado de acuñarlas y difundirlas, pero sobre todo de salir a buscar un choque frontal con ellas. Esto es lo primero que nos muestra la reciente biografía Charles Bukowski, de Barry Miles. Insiste una y otra vez en la imagen de Bukowski saliendo a la calle para recoger experiencias, para empaparse de la suciedad del bajo Los Angeles y luego, sí, volver a la máquina de escribir y hacer sonar las teclas gastadas con la fuerza y la persistencia fatal de un obrero.

Algunas de estas escenas: cuando empezó a beber alcohol, a los 17 años, ganaba de quince a veinte dólares diarios en concursos del tipo a-ver—quién-bebe-más. En una de aquellas ocasiones volvió a su casa totalmente borracho y le pegó por primera vez a su padre, invirtiendo y clausurando los términos de una terrible relación que dejó más de una marca en el cuerpo y en la personalidad de Bukowski. Otra escena, ahora casi una vida después. Bukowski es ya un autor reconocido, sus libros venden bien en Estados Unidos pero sobre todo en Alemania y en Francia. En su primer viaje a Francia —Hank salió de su país sólo tres veces— lo invitan al prestigioso programa de televisión Apostrophe. El programa se transmitía en horario central, tenía millones de televidentes y se entrevistaba allí a los más célebres escritores de todo el mundo durante una hora y media. En el centro de esa pantalla ardiente lo pusieron a Bukowski, que era profundamente reacio a las entrevistas porque, según él, no hablaba bien, y porque, según su biógrafo, no sabía pronunciar apellidos como Dostoievski. Cuando la transmisión empezó, Hank rechazó la copa de vino blanco que le ofreció el conductor, Bernard Pívot, y se aferró directamente a la botella. Alrededor de la mesa había otros invitados. La primera intervención de Bukowski fue así: “Conozco a muchos escritores norteamericanos a los que les encantaría estar ahora en este programa. No significa tanto para mí”. Lo interrumpió una escritora francesa, pero Hank la tapó diciendo: “Bueno, no sé si es usted una buena escritora o no. Levántese la falda para que le pueda ver las piernas y le diré si es una buena escritora o no”. Se terminó dos botellas de vino, se levantó y se fue en la mitad de una conversación. Al día siguiente ya se habían agotado miles de ejemplares de las ediciones francesas de sus libros.Así, con una larga estela de anécdotas épicas o cotidianas, Barry Miles ha ido rastreando el modo en que Bukowski fue moldeando las aristas de su propio mito. Y, por supuesto, son infinitos los modos que tiene un escritor para trocar esa materia que es la experiencia en esa otra materia que es la literatura. Bukowski pareció haber optado por un modo que a veces se imagina sencillo, pero que es en realidad uno de los más altos y refinados artificios. Bukowski elaboró, en cuentos cortos, poemas y novelas, un estilo libre de metáforas, directo, despojado, genuino. Leer a Bukowski es casi como estar hablando con él, acodados en la esquina imposible de la última barra. Y es curioso: Charles Bukowski, que cargó durante toda su vida con un resto de acento alemán que en su infancia le trajo más de una incomodidad, y que como tantos otros entró a la lengua inglesa desde un derrotero dislocado, paralelo, fue uno de los grandes maestros del siglo XX en esa arte de recortar del río del habla cotidiana el slang y el dialecto llamado a perdurar. Lo mismo hizo Salinger, y por eso sus libros son al mismo tiempo un registro de época y una literatura profundamente actual. Bukowski, en lo que hace al imaginario lingüístico y al uso concreto de una lengua, ha resistido con solidez al paso huracanado de los tiempos, y no es delirante afirmar que probablemente ese estilo nunca se oxide. El único problema, para los lectores en lengua castellana, es la pérdida notable que sufre su escritura cuando se la azota con una traducción muy localista. Si bien es cierto aquello de que los buenos libros resisten prácticamente cualquier traducción, una edición castellana con menos “gilipollas” y “pitillos” ayudaría.

Desde que Charles Bukowski empezó a publicar sus primeros libros, en los albores de los ‘60, hasta su consagración literaria hacia mediados de los ‘70, la crítica y los lectores fueron armando el esqueleto de influencias y escritores afines que lo envuelve desde entonces. La tradición de Bukowski se construyó con una serie de nombres de una central marginalidad, una figura paradojal que tan bien le calzó al mismo Bukowski en las historias de la literatura. De Hemingway aprendió bien esa máxima del autor de Adiós a las armas que rezaba: “Escribe la frase más sincera que puedas”, y a lo que podríamos agregar “y escríbela con la mayor sencillez a la que puedas llegar”; de Céline absorbió la irreverencia y la desenvoltura en la forma y en la manipulación de temas delicados (a ambos se les criticó su simpatía para con el fascismo, aunque el caso de Bukowski fue mucho más silencioso); después de leer a Henry Miller su literatura incorporó ese torrente sexual que es el cuerpo mismo de su escritura; Scott Fitzgerald le legó aquel gusto por meterse en el submundo, la tentación de la noche, del exceso; y los escritores de la novela negra le enseñaron, llanamente, a ir para adelante. Pero la influencia mayor de Bukowski fue, sin dudas, John Fante. Hank conoció a Fante cuando el primero ya era un autor consagrado y el segundo era un viejo olvidado que sólo esperaba la redención del final. Cuando las obras de Bukowski prácticamente sostenían a la editorial que le publicó toda su obra, Black Sparrow Press, Hank le pidió al editor John Martin que reeditara Pregúntale al polvo, el libro de Fante que más hondo caló en Bukowski. Aprovechando una carta para comentarle lo de la reedición, Hank le mandó a Fante muchos de sus libros publicados, y la dedicatoria que estampó en uno de ellos lo dice todo: “Para John Fante, que me enseñó a hacerlo”. Cuando el libro se editó, Fante estaba ya internado en un hospital, medio ciego y con una pierna amputada. Hank lo siguió visitando durante meses, mientras a Fante le iban cercenando el cuerpo parte por parte. La agonía duró años y en ese ínterin Black Sparrow Press reeditó toda su obra. En 1983, Bukowski fue uno de los pocos amigos que estuvieron en su entierro.

A Bukowski no le agradaban especialmente los beatniks (su relación con Ginsberg es ambigua y en más de una ocasión el autor de Mujeres se refirió con sarcasmos al poema Aullido, aunque en un poema propio toma prestada la forma de la tercera parte del mítico poema de Ginsberg, en una actitud que algunos críticos entendieron como un “yo también lo puedo hacer”). Sin embargo, el viento de las lecturas ha empujado su obra, como la de los beatniks, hacia ese terreno donde todo se lee como autobiografía. El mismo Hank ha promovido esa lectura, con el simple acto de escribir absolutamente todo lo que le sucedía. Pero eso no significa, por supuesto, que su literatura sea rigurosamente autobiográfica. Barry Miles, controvertidamente, piensa el paso de lo autobiográfico a la ficción como mitomanía. Para Miles, cuando Bukowski se mueve hacia la ficción pura, nos está mintiendo. Le pide la verdad absoluta, una correspondencia con los hechos que es imposible, además de innecesaria. Sin embargo, la obra de Bukowski es tan autorreferencial que pareciera como si a Barry Miles le hubiera bastado con ella para armar la biografía. El pulmón autobiográfico en la obra de Bukowski está sobre todo en sus poemas y en la pentalogía de novelas en donde aparece el alter ego de Hank, Henry Chinaski: La Senda del perdedor, Cartero, Factotum, Mujeres y Hollywood (ése es el orden cronológico en el que la acción crea su continuo, no el orden en que fueron escritas). Para Mujeres, por ejemplo, un Bukowski con más de cincuenta años encima abría las puertas de su casa para que prostitutas, yonquis, alcohólicas y mujeres delirantes entraran y, con el paso de los días y la convivencia, le aportaran un poco de material para sus historias. En ese sentido, Hank tuvo una vida extrañísima y única, pero al mismo tiempo fue siempre un observador. Hank es el tipo que vuelve tarde a su casa y lo escribe todo, y hacia finales de los ‘70 la gente se le acercaba y le contaba su historia pidiéndole por favor que la inmortalizara.

Mirando la obra de Bukowski en perspectiva, y sobre todo teniendo la posibilidad de medir el paso de las generaciones de lectores sobre esas páginas, podemos suponer que peligra caer en ese pozo sin fondo que es la literatura para adolescentes. Por lo menos, en eso concuerdan muchos de los escritores que el suplemento Babelia del diario El País de España entrevistó hace unos meses con motivo de una nota sobre Bukowski en la literatura de hoy. Pablo García Casado dice: “Conozco los trucos del jefe. Tiene una expresión con una potencia salvaje y una mirada ácida sobre el mundo contemporáneo, pero creo que es más importante como lectura de aprendizaje que de continuidad”. Rodrigo Fresán: “Su obra vale en sí misma como la de Carver, pero es una lectura algo adolescente. Si seguís leyéndolo a los ‘50, es bastante triste”. Asimismo, los escritores entrevistados llegan a dos conclusiones compartidas, que ya son una constante a la hora de hablar de Bukowski: que su obra vale más que su mito (como sintetizó Ray Loriga: “Me interesa su literatura, me dan igual sus borracheras”) y lo peligroso que es para un escritor joven acercarse a su obra, porque “su melodía no produce buen contagio”. Bukowski sería el caso de un escritor altamente fértil que ha sido sucedido por epígonos casi siempre lamentables. Sin embargo, como se dice, un maestro no es culpable de sus discípulos.

Si bien el peso de Bukowski en la literatura que vendrá no puede ser medido con exactitud, es cierto que las biografías y las reediciones de su obra siguen brotando y ya han rebalsado las aguas de aquello que alguna vez fue un tímido arroyo. El flamante Charles Bukowski, si bien puede ser algo falaz en sus propuestas críticas, está narrado con buen pulso y muestra un vasto y agudo trabajo de investigación. Es curioso ver los efectos que se producen si jugamos el juego de poner a Bukowski en un mismo sistema con los otros artistas cuyas vidas han sido narradas por Barry Miles. Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William Burroughs, Paul McCartney, Bob Dylan. ¿Qué hubiera dicho Hank si le hubieran reservado un lugar en ese lunático firmamento? ¿Lo habría aceptado? Según Barry Miles, sí. El libro va mostrando, casi sin quererlo, cómo Bukowski, además de tomar litros y litros de alcohol, se emborrachaba con ese licor más peligroso que es la búsqueda de la gloria literaria. Y le llegó. Pero Hank no era un hombre hecho para la conferencia, para el galardón, para el premio. O, por lo menos, no encarnaba la clásica figura del escritor moderno. Quizás, más allá de las idas y vueltas que atraviese su obra, lo que quede de Bukowski sea el ímpetu de choque, el quiebre, la grieta en el corazón de un sistema literario.

Editados todos sus poemas y relatos, las editoriales se vuelcan ahora sedientas de revolver los cajones en busca de cartas perdidas. Hace unos meses en España se editó un volumen finito con cartas seleccionadas, y en un de ellas, fechada en 1960, cuando Hank empezaba a publicar con cierta frecuencia, se podía leer: “No uso patillas, me lavo los dientes, pero no obedezco órdenes chinas, obedezco mis propias órdenes y detesto a los policías porque la mayoría son jóvenes y van vestidos de negro, llevan porra y pistola y menean su culito engreído; y no entiendo a Beethoven ni a Mahler ni Chopin ni ninguno de los músicos o escritores rusos. Hay mucho de cierto en eso que dicen de que me limito meramente a enumerar la vida y hay mucho de cierto en lo de que no estoy contando gran cosa y estoy contando demasiado en el sentido subjetivo, que hay cierta basura, pero sencillamente sobre la base de los clásicos y la certeza de que no voy bien, no puedo liberarme. La obra en sí debe encontrar su propia conclusión a partir de mí mismo y únicamente conmigo mismo como base, liberarse de lo que ha ocurrido o de lo que otros han hecho. Cumpliré los cuarenta en agosto y, quizás, aún sigo viviendo como un chico, y escribiendo como tal, pero eso va a continuar mientras me resulte natural y cómodo”.

Léaselo como una poética, como una provocación o como una seca verdad sobre la escritura, lo mismo da. Lo cierto es que, a esta altura, ese borracho que saltaba de trabajo en trabajo y de ciudad en ciudad, ese norteamericano que hasta en sus días de gloria prefirió el bar de la esquina al vasto mundo, es hoy un modelo literario. No diríamos un clásico, pero sí un referente de alta proyección en los mapas rotos de la literatura que aún hoy se escribe."

dijous, 8 de gener del 2009

300

Os dejo la crítica que Carlos Boyero publicó de 300. Recomendable tanto la película como el comic, una gran edición, como han cambiado los TBOs desde nuestra infancia. La gente políticamente correcta no disfrutará de esta recreación de la batalla de las Termópilas, donde los buenos son los violentos y militarizados espartanos, ante los ejércitos Persas, tan orientales y tan buena gente, que llegaron a Atenas y prendieron fuego a todos los libros que encontraron. Un puñado de espartanos consiguieron que la cultura occidental no pereciera antes de nacer, eran duros y violentos, pero hace unos miles de años era la única manera de subsistir.


Frank Miller, autor de la poderosa, violenta y sombría estética del cómic Sin City, se apasionó por la historia del rey Leónidas y sus 300 mitológicos guerreros cuando vio de crío la película El león de Esparta. Consecuentemente ha rendido homenaje en su obra a su leyenda favorita, reviviendo en el cómic 300 la hazaña de esos héroes espartanos que sabiendo que la victoria era imposible debido a la brutal diferencia numérica con sus enemigos persas consiguieron diezmar al todopoderoso ejército del emperador Jerjes.


El director Zack Snyder, cuya película de terror Amanecer de los muertos, que yo no he visto, se ha convertido en un título de culto para los especialistas del género, frikies, modernos y otras tribus de la cinefilia, acaba de adaptar el venerado tebeo de Frank Miller en la vistosa y muy entretenida 300. Al final de la proyección se han mezclado algunos tibios aplausos con una mayoría de convencidos abucheos. Tengo dudas de si los segundos obedecen a algo al parecer tan intolerable como que en un festival con vocación de trascendencia aparezca una película que pretende ser espectacular, dinámica y épica, o bien a que la muy sentida apología que hace del honor, la guerra y la necesidad de morir defendiendo a la patria contra la tiranía supone un mensaje políticamente incorrecto para los bienintencionados profesionales de la ortodoxia.


En cualquier caso, yo me lo he pasado razonablemente bien con esta estética oda a los concienciados kamikazes, con esas impresionantes secuencias de batallas en las que el trabajo de ordenador creando escenarios que son virtuales pero que además de parecerte reales están perfectamente integrados en la acción, con el cuidado diseño de los monstruos, con ese afectado emperador Jerjes que parece un travesti gigantesco, con el ingenio y la temeridad de esos arrogantes soldados espartanos que se enfrentan al ogro inflexiblemente convencidos de su obligación de morir matando. No doy cabezadas en la butaca, sigo con interés lo que me están narrando en la pantalla, no me conmuevo especialmente con el sacrificio de este aguerrido ejército, pero tampoco me aburro. Todas estas cositas, aunque no alimenten al espíritu ni supongan el colmo de la fascinación, se agradecen profundamente en medio del atracón de cine vocacionalmente espeso y con permanentes afanes intelectuales.