dilluns, 21 de febrer del 2011

Al orgullo le sigue la destrucción; y al espíritu altivo, una caída.

Os dejo un artículo de John Carlin, que publicó en El País.  Nos habla de la prepotencia, del creerse unos elegidos, del querer ser más de lo que se puede ser.  Veremos como termina esta historia.

El enemigo del Barça vive en casa



Al orgullo le sigue la destrucción; y al espíritu altivo, una caída. Proverbios 16:18.

El principal rival del Barcelona en la vuelta de su eliminatoria de la Champions contra el Arsenal será el Barcelona. Visto desde fuera, está claro que el Barça jugará mejor (y qué es mejor), que Leo Messi tendrá más afinada la puntería, que el arbitraje no será tan desfavorable, que el Arsenal difícilmente volverá a jugar a su nivel óptimo, y menos en el Camp Nou. Pero lo importante es que desde dentro no lo vean así, que los jugadores del Barça no caigan en ese puntito de autocomplacencia que en la ida permitió al Arsenal meter dos goles en el último cuarto de hora del partido.


Como el esclavo que siempre acompañaba a Julio César, Pep Guardiola no para de recordar a su equipo que es mortal. Pero, ante tanto elogio, de nosotros los de la prensa, citando a los Pelé, Cruyff y compañía, es difícil que los jugadores del Barça, que no son dioses, no caigan a ratos en la tentación mortal de creérselo. Y una vez que el deportista se lo cree, permitiendo que el gusanillo traicionero de la soberbia penetre en su corazón, se empieza a diluir esa absoluta intensidad imprescindible para poder triunfar al máximo nivel.

Quizá esta percepción esté equivocada; que solo sea cuestión de feeling, como diría el propio Guardiola. Pero hay motivos para pensar que los halagos están dejando huella. Una señal de alarma la dio Xavi Hernández en una reveladora entrevista que hizo el excelente centrocampista del Barcelona con el excelente periodista británico del Guardian, afincado en España, Sid Lowe. Xavi se delató en su respuesta a la primera pregunta, en la que Lowe le comentó que Wayne Rooney, el crack del Manchester United, se había puesto de pie a aplaudir frente al televisor durante la victoria 5-0 del Barça contra el Madrid en noviembre. "¿Sí? ¿De verdad? ¿Rooney? Eso me hace sentir orgulloso. Rooney. ¡Wow! Rooney es extraordinario: podría jugar en el Barcelona".

Hubo un admirable elemento de humildad en esa respuesta. Eso de sentirse "orgulloso". Pero en aquel segundo reflejo -Rooney es tan bueno que podría ser capaz de ascender a la cúspide del fútbol mundial y entrar en las filas del Barça- Xavi se delató. Esas palabras marcaron la pauta del resto de la entrevista. Reconoció, eso sí, su admiración por el impacto que había tenido el fútbol inglés en los jugadores españoles que habían militado en la Premier League y declaró que Paul Scholes, del Manchester United, era su ídolo. Pero, en general, la sensación que transmitía Xavi era de estar sentando cátedra, que desde el olimpo del pensamiento futbolístico que representa La Masía (la sede espiritual de la cantera del Barça) estaba dando una lección a los bárbaros británicos sobre cómo se debe jugar al fútbol, partiendo de la base de que el Barça había reinventado y perfeccionado el deporte cuyas reglas fueron diseñadas en un pub londinense en 1863.

Todo ello puede ser verdad. El problema es que no se apoya todavía en los hechos. Esto lo puede decir Xavi cuando se retire o cuando este Barça de Guardiola haya ganado tres Copas de Europa. Pero, mientras solo haya ganado una y todavía tenga que derrotar a rivales como el Arsenal, el Manchester United o el Madrid esta temporada para ganar la segunda, no es muy saludable que un jugador del Barça exprese este tipo de sentimientos.

Xavi, sin embargo, volvió a caer en la misma tentación justamente después de que su equipo cayera 2-1 contra el Arsenal (decimos Xavi, pero otros integrantes del equipo dijeron cosas parecidas). "Ha sido una pena", declaró, "porque, viendo el partido y cómo hemos jugado, hemos sido superiores". Pues no. Superiores, no. Más pases completados, más sesuda ideología masiesca y tal. Pero el Arsenal marcó un gol más, jugó con brío y su victoria no fue del todo inmerecida.

Guardiola aburre, casi irrita, a veces con su insistencia en que todos los partidos son duros, todos los rivales dignos de mucho respeto. Pero tiene razón. Y si sus jugadores no absorben el mensaje y no aprenden del baño de humildad que les dio el Arsenal la pagarán para decepción de todos los que amamos el maravilloso fútbol que practican.

1 comentari:

Johannes A. von Horrach ha dit...

¿Creo que ya les pasó con Rijkaard, no? Llevo mucho tiempo desconectado del fungolitismo, pero si no recuerdo mal, después de la copa de Europa en París el Barça cayó en una autocomplacencia tan absoluta que provocó que no ganaran apenas nada los dos cursos siguientes. Por eso me parece adecuado lo que dices que hace Guardiola: el peor enemigo del Barça (que dicen que juega tan estupendamente, el no-va-más) es el ego. Messi & co., además de ser mortales, son como la mayoría de futbolistas, o sea, tontorrones con escasa formación intelectual, y eso los hace víctimas ideales para tanto ditirambo y elogio inflamado.

Por cierto, me gustaría que así fuera y el ego acabara liquidándolos, porque de las escasas pasiones que guardo del fungol (aunque ya son sólo pequeños rescoldos) el antibarcelonismo es una de ellas.