“No te puedes culpar toda la vida. ¡Cúlpate una vez y a otra cosa!”
“Sabes, Billy Corgan, mis hijos te admiran mucho, y gracias a tu lúgubre música al fin dejaron de soñar en un futuro que yo no puedo darles.”
“Soy un hombre atrapado entre la corpulencia y la obesidad.”
“Hijo, cuando participas en eventos deportivos, no importa que ganes o pierdas, sino cuan ebrio te pongas.”
“¿Quieres callarte? ¡No puedo oír lo que pienso!”
“¿Tu conciencia? Lisa, no dejes que esa entrometida te diga qué tienes que hacer.”
“Siempre he tenido un vacío dentro de mí. He tratado de llenarlo con la familia, la religión, el box... pero eran puertas falsas. Y creo que este sillón es la respuesta.”
“Para mentir se necesitan dos: uno que mienta y el otro que crea.”
“Marge, nuestro matrimonio es como una sociedad: cuando uno se cae, el otro lo levanta. Cuando uno no termina el sandwich, el otro se lo come.”
“¡Se acabó! ¡Voy a salir de este pueblo vivo aunque me muera!”
“Siempre le compramos a Maggie vacunas para enfermedades que no tiene.”
“¡Se cortó la luz! ¡¿Cómo haré para comer sin ver televisión?!”
“Te advierto que si vas a enfadarte conmigo cada vez que haga una estupidez, no tendré más remedio que dejar de hacer estupideces.”
“Yo no soy fácil de impresionar… ¡Mira! ¡un coche azul!”
“Televisión, maestra, madre, amante secreta.”
“¿Por qué siempre me pasa todo lo malo a mí y a mi cerveza?”
“Cuándo aprenderé que las respuestas a los problemas de la vida no están en el fondo de un vaso, sino en la televisión…”
“Hijos, hicieron su mejor esfuerzo y fracasaron miserablemente. La moraleja es: nunca se esfuercen.”
“Camarero, deme el filete más grande que tenga. Y para beber, albóndigas.”
“Puedes tener todo el dinero del mundo, pero hay algo que nunca podrás comprar… un dinosaurio.”
“Pienso en mí como un vegetariano de segunda mano: las vacas se comen la hierba, yo me como a las vacas.”
“¡Operadora! ¡Deme el número para el 911!”
“Sólo porque no me importe no significa que no entienda.”
“Normalmente no rezo, pero si estás ahí, por favor, sálvame Superman.”
“Bueno, Moe, es la 1 de la madrugada, me voy a convivir un poco con mis hijos.”
“Contaré este secreto a todo el mundo... ¡y me sentiré importante sin estar ebrio!”
“Sabes hijo, un reactor nuclear es como una mujer. Sólo tienes que leer el manual y apretar los botones adecuados.”
“Lisa, cuando no te gusta tu trabajo no haces huelga, simplemente vas todos los días y haces todo de mala gana. Ese es el estilo de nuestro país.”
“¿Y yo para qué quiero un psiquiatra? ¡Ya sé que mi hijo está loco!”
“Cuando miro las caras sonrientes de los niños, sólo sé que están planeando golpearme con algo.”
“¡No soy un mal tipo! Trabajo duro y quiero a mis hijos. Entonces, ¿por qué tengo que pasarme medio domingo escuchando cómo voy a ir al infierno?”
“Librarte de formar parte de un jurado popular es fácil. Sólo tienes que decir que tienes prejuicios contra todas las razas.”
“No es fácil organizarse con una mujer embarazada e hijos con problemas. Pero de alguna forma consigo organizarme para ver la televisión 8 horas al día.”
“Lisa, los vampiros son seres inventados, como los duendes, los gremlins y los esquimales.”
“Oh, la gente puede venir con estadísticas para probar cualquier cosa. El 14% de la gente sabe eso.”
“¿Cómo se supone que la educación me va a hacer más listo? Al contrario, cada vez que aprendo algo nuevo, algo que ya sabía desaparece de mi cerebro. ¿Recuerdas cuando hice ese curso de fabricación de vino en casa y se me olvidó conducir?”
dijous, 28 de juliol del 2011
dijous, 21 de juliol del 2011
Los mejores ensayos de la Copa del Mundo del 2007
Os dejo este video que he pescado en Youtube, con los mejores ensayos de la pasada Copa del Mundo, para ir abriendo boca. En menos de dos meses, el 9 de septiembre empieza la RWC de Nueva Zelanda, los All Blacks juegan ante Tonga.
Lo que más me ha sorprendido es que la mayoría de ensayos son de selecciones "pequeñas", aunque lo cierto es que no hay nadie pequeño en este mundo oval.
Lo que más me ha sorprendido es que la mayoría de ensayos son de selecciones "pequeñas", aunque lo cierto es que no hay nadie pequeño en este mundo oval.
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Rugby
dimarts, 19 de juliol del 2011
El amor nos destrozará otra vez
Ian Curtis escribió con veinte años, cuando la rutina aprieta,y las ambiciones están por los suelos,y el resentimiento cabalga fuerte,las emociones no crecen. Demasiada vida para un crío, que decidió terminar con una soga al cuello. Disfrutemos esta obra de arte de un genio, con su Joy Division.
El amor nos destrozará otra vez.
When the routine bites hard
And ambitions are low
And the resentment rides high
But emotions wont grow
And were changing our ways,
Taking different roads
Then love, love will tear us apart again
Why is the bedroom so cold
Turned away on your side?
Is my timing that flawed,
Our respect run so dry?
Yet theres still this appeal
That weve kept
through our lives
Love, love will tear us apart again
Do you cry out in your sleep
All my failings expose?
Get a taste in my mouth
As desperation takes hold
Is it something so good
Just cant function no more?
When love,
love will tear us apart again.
Cuando la rutina aprieta,
y las ambiciones están por los suelos,
y el resentimiento cabalga fuerte,
las emociones no crecen.
Y al cambiar nuestros caminos,
tomando carreteras diferentes.
El amor, el amor nos destrozará otra vez.
¿Por qué la cama está tan fría
en el lado en el que tú estás?
¿Soy yo el que no está a la altura?
¿Hemos perdido el respeto mutuo?
Todavía queda algo de atracción,
que hemos mantenido
a lo largo de nuestras vidas.
Amor. El amor nos destrozará otra vez.
¿Gritas todos mis errores
cuando estás durmiendo?
Tengo un sabor en la boca.
Mientras la desesperación aguanta.
¿Es eso algo bueno?
¿No podrá funcionar nunca más?
Cuando el amor,…
el amor nos destrozará otra vez.
El amor nos destrozará otra vez.
When the routine bites hard
And ambitions are low
And the resentment rides high
But emotions wont grow
And were changing our ways,
Taking different roads
Then love, love will tear us apart again
Why is the bedroom so cold
Turned away on your side?
Is my timing that flawed,
Our respect run so dry?
Yet theres still this appeal
That weve kept
through our lives
Love, love will tear us apart again
Do you cry out in your sleep
All my failings expose?
Get a taste in my mouth
As desperation takes hold
Is it something so good
Just cant function no more?
When love,
love will tear us apart again.
Cuando la rutina aprieta,
y las ambiciones están por los suelos,
y el resentimiento cabalga fuerte,
las emociones no crecen.
Y al cambiar nuestros caminos,
tomando carreteras diferentes.
El amor, el amor nos destrozará otra vez.
¿Por qué la cama está tan fría
en el lado en el que tú estás?
¿Soy yo el que no está a la altura?
¿Hemos perdido el respeto mutuo?
Todavía queda algo de atracción,
que hemos mantenido
a lo largo de nuestras vidas.
Amor. El amor nos destrozará otra vez.
¿Gritas todos mis errores
cuando estás durmiendo?
Tengo un sabor en la boca.
Mientras la desesperación aguanta.
¿Es eso algo bueno?
¿No podrá funcionar nunca más?
Cuando el amor,…
el amor nos destrozará otra vez.
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Música
dimecres, 13 de juliol del 2011
No hi ha ni un "duro"
El meu pacient no entén res de bons sobre països, ni d’agències de qualificació de deute ni de moltes altres rucades que estan tot el dia als diaris, com diria la meva àvia, “el poble en va ple de tot això.”
Ell explica que si Espanya o Portugal fossin companyies i vengessin accions ell mai en compraria, perquè es veu d’una hora lluny que aquests trossos de terra son molt macos, però a l’hora de moure els calers tots fan com a la peli, “agafa els diners i corre.”
Si, perquè s’ha de ser beneit per creure que els polítics de la península ibèrica podran sortir de tot això. Si, de gastar si que en saben, però d’estalviar no en tenen ni la més remota idea.
-Marisc per tothom i li passeu el conte a la senyora de la taula del costat.
-Senyora Merkel, aquest senyors diuen que pagarà vostè.
-I uns collons.
-Mira que son poc solidaris aquests alemanys –diuen els bronzejats de la península ibèrica -. Els deixem les nostres platges i no volen pagar les nostres despeses, i fins i tot ens diuen que hem de treballar millor i més hores si cal, que s’han cregut aquests senyors, dir-nos a nosaltres el que tenim que fer. Cambrer, un parell de gots del whyskie més car i un parell d’habanos, d’aquests que ja no en queden.
-Però, qui ho pagarà? –diu el cambrer.
-Sempre preocupat per rucades noi, fes la teva feina i calla, i apunta això a la nostra llista.
-El cap m’ha dit que ja no podem apuntar més, que pagueu o pagueu.
-El teu amo no sap amb qui està parlant.
-Si que ho sap –el cambrer es gira i mira al senyor de darrera la barra.
Unes passes, una pistola sense silenciador, dos trets, un a cada front, dos homes al terra, molta sang, poc marisc i menys whyskie.
-Aquest no tornaran a marxar sense pagar –diu l’home del vestit fosc.
I “colorín, colorao”, aquest conte s’ha “acabao”
Per no parlar de Grècia, del bressol de la nostra cultura, amb grans filòsofs, escriptors, poetes, l’inici del nostre món, i ara son escombraries, no ho dic jo, ho diu Mooody’s, bé, potser jo també ho dic una miqueta.
Fills meus, els catalans sempre ens queixem que els extremenys reben molts diners sense fer res, i ara resulta que pels europeus nosaltres som els seus extremenys.
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El meu pacient
dilluns, 11 de juliol del 2011
Frases de Brian Clough, el mejor entrenador de la historia
Brian Clough, el mejor entrenador de fútbol de toda la historia, ¿el motivo? Subió a primera división con el Nottingham Forest, lo convirtió en campeón de Liga y ganó dos Copas de Europa -antes sólo iba el primero de la Liga a la Copa de Europa-. Es como pillar ahora al Nàstic, que suba a Primera, que gane la Liga y luego un par de Champions.
También tiene una película genial, "The Dammed United"
Os dejo algunas de sus frases, todas sacadas del Wikiquote.
También tiene una película genial, "The Dammed United"
Os dejo algunas de sus frases, todas sacadas del Wikiquote.
- "No digo yo que fuera el mejor entrenador del ramo. Pero siempre ocupé el primer puesto en la clasificación general".
- Famosa observación de Clough sobre su calidad profesional como técnico de fútbol.
- "El río Trent es precioso. Lo sé muy bien porque he caminado sobre sus aguas durante 18 años".
- Clough evalúa sus hazañas con el Nottingham Forest.
- "Roma no se levantó en un día, pero sólo porque yo no tuve nada que ver en el asunto".
- Clough sobre Clough, ¡cómo no!
- "Le comuniqué al mundo entero y parte del otro lo buen entrenador que era. Yo sabía que era el mejor, pero si no hubiera abierto la boca, no habría tenido que aguantar tanta presión. Se habrían dado cuenta de todas formas".
- Clough sobre el mayor error de su vida.
- "A veces se me suben los humos a la cabeza. Creo que a la mayoría nos pasa cuando nos hacemos famosos. Me llamo a mí mismo 'Tío Engreído' sólo para recordarme que no hay que serlo".
- Clough sobre "su modestia".
- "Estoy seguro de que los mandamases de la selección de Inglaterra creían que, si me contrataban y me confiaban el
empleo, me pondría a dirigirles el cotarro. La verdad es que han sido muy astutos: eso es exactamente lo que habría hecho".
- Clough cuando no lo tuvieron en cuenta para el cargo de seleccionador nacional de Inglaterra.
- "Si me discutiera con un jugador, nos sentaríamos juntos unos veinte minutos, hablaríamos del asunto y al final decidiríamos que yo tengo razón".
- Clough sobre la gestión de los recursos humanos.
- "A mis jugadores les daba una variante del mismo mensaje todos los sábados a las tres menos de diez: 'Ahora mismo le pegaría un tiro a mi abuela con tal de conseguir los tres puntos esta tarde'. Así sabían lo importante que era que se dejaran la piel por la causa. Siempre sin excepción. Por eso mi abuela vivió más vidas que mi gato".
- Clough sobre la victoria.
- "Si Dios hubiera querido que jugáramos al fútbol en el cielo, le habría puesto césped".
- La filosofía futbolística de Clough.
- "¡Por fin han contratado a un seleccionador que habla inglés mejor que los jugadores!".
- Clough sobre el nombramiento de Sven-Goran Eriksson como seleccionador de Inglaterra.
- "John Robertson era un joven muy poco atractivo. Si algún día me daba la impresión de que me había levantado así como con mala cara, me sentaba a su lado. Comparado con él, me sentía de golpe como el Errol Flynn ese de las narices. ¡Ahora!, en cuanto le cedían un metro de césped, John era un artista. El Picasso de nuestro deporte".
- El especial homenaje de Clough al extremo escocés del Nottingham Forest.
- "No quiero epitafios de frases profundas ni nada de ese rollo. He aportado algo. Espero que eso sea lo que digan de mí, y ojalá le haya gustado a alguien".
- Clough sobre cómo le gustaría que la posteridad lo recordara.
dijous, 7 de juliol del 2011
Volver al cine
Carlos Boyero nos deja esta pequeña maravilla de nuestra infancia, de nuestro pasado que debería parecerse algo a nuestro futuro.
Volver al cine
La sala oscura permanece inalterable como el refugio mágico de almas solitarias (o no) durante los meses de verano
Carlos Boyero
Es probable que me engañe la memoria, que esta intente embellecer algo que solo era incómodo y sofocante, pero recuerdo los afortunadamente interminables veranos de la infancia no solo por ese mar del que nunca te cansabas sino también por los programas dobles de los cines. Los asocio con reestrenos, acompañados del inenarrable No-Do, en salas que aún desconocían el aire acondicionado (o que en sus afanes ahorrativos las convertían impunemente en saunas), con olores que combinaban sudor, ozonopino, pipas, altramuces, garbanzos salados, zotal y la mareante colonia Varon Dandy. A pesar de ambiente tan primitivo y subdesarrollado, no concebías que pudiera existir otro lugar que donara una felicidad comparable a la que sentías allí. Podías repetir la visión de esas películas por el mismo precio, entrar en el cine a las cuatro de la tarde y abandonarlo a las diez de la noche y si tenías suerte, o tus padres eran cinéfilos, que empalmaras esa sesión con la película que proyectaba el cine de verano. Si no te enganchaba lo que veías en la pantalla, tenías opciones tan líricas y relajantes como mirar la luna y las estrellas. Estoy seguro de que en aquella época todavía podían divisarse desde las ciudades las estrellas en el cielo.
Imagino que en aquellos programas estivales había de todo, que convivían las obras maestras (juro que vi en programa doble durante varios días Misión de audaces y El hombre que sabía demasiado cuando no sabía que las películas las hacían los directores, ignoraba quiénes eran John Ford y Alfred Hitchcock, pero tenía claro que era formidable ser John Wayne, William Holden y James Stewart y apasionante luchar en la Guerra de Secesión y recobrar al hijo que te han secuestrado en Marrakech) con las películas bonitas, las mediocridades y lo aberrante, pero era maravilloso estar de vacaciones y practicar ese ritual consistente en ir continuamente al cine.
Desde hace lacerante tiempo el gran público ya no va al cine en días laborables ni en verano, ni en invierno, ni en otoño, ni en primavera. Como mucho, algún fin de semana. Y preferentemente, en lugares situados en las grandes superficies. El concepto de cine de barrio empieza a ser una reliquia del pasado. También las pequeñas librerías y las tiendas de discos, situadas en tu calle o en la de al lado, paisajes entrañables, escaparates ante los que te quedabas hipnotizado cada vez que pasabas por allí, algo que podía ocurrir más de una vez al día.
Y todos sabemos que existen inventos impagables conocidos como DVD y Blu-ray. Que existen televisores de infinitas pulgadas y pantallas caseras del tamaño de una pared. Que puedes vivir inmejorablemente las películas en la soledad de tu casa, bien acompañado, sin tener que sufrir el incesante crujido de las putas palomitas, el ajusticiable parloteo de los vecinos de butaca, las grotescas caídas en la oscuridad del cine ante la mezquina ausencia de acomodadores, el frío o el calor que imponen los ahorrativos dueños, las proyecciones desenfocadas y el inaudible o atronador sonido. Reconociendo la autenticidad de tantos elementos disuasorios, me sigue pareciendo trágico que las nuevas tecnologías y costumbres logren la agonía de que personas que se desconocen compartan emociones y sensaciones, risas y lágrimas, en una sala oscura y aislada del mundo exterior, en la geografía natural que le corresponde al cine, que a la salida discutan o compartan opiniones mientras pasean o toman una copa sobre lo que han visto y oído. Los que están o se sienten muy solos, también pueden dejar de sentirse así durante un rato milagroso gracias a ese exorcismo de ir al cine. Y, por supuesto, es altamente recomendable que lo que muestra la pantalla tenga magia. Ocurre de vez en cuando con películas cuya calidad y encanto son perceptibles para todo tipo de espectadores. Si no es así, tampoco pasa nada grave. Supone el triunfo de la tolerancia y de la heterodoxia, empeñadas ambas en que los gustos se inventaron para todos los colores.
Y puede ocurrir que al visionario y militante promotor de un cine rechazado por los circuitos comerciales (el defensor de un oasis creativo y multicultural de arte y ensayo poblado por supuestas obras de arte tailandesas, serbocroatas, kenianas, iraníes, turcas, y demás cinematografías ignoradas o despreciadas por la abyecta miopía del pequeño burgués occidental, pero beatificadas por una crítica que solo ha logrado el conocimiento y el fervor entre la reducida familia de los que la practican) se le ocurra una idea genial como dedicar el largo y cálido verano a reponer en los cines Verdi, con copias remasterizadas y digitalizadas, fieles a la primitiva versión que rodaron sus incomprendidos y gloriosos autores, películas grandiosas que la cinefilia joven nunca ha podido disfrutar en la pantalla de un cine.
Me cuentan que el domingo 19 de junio la sala Verdi de Madrid estaba llena y que la gente aplaudió en el terrorífico desenlace de la primera parte de El Padrino, con Michael Corleone recibiendo el incondicional beso en la mano de sus centuriones. Me cuentan que llegará Leone, una de las peores cosas que le han ocurrido al cine, el ídolo de ese neurótico tan inteligente llamado Tarantino, con su imbécil creación del spaghetti western, pero también con una obra de arte llamada Érase una vez en América, esa en la que un anciano estafado y derrotado por los únicos seres que te pueden causar un daño irreparable, por la gente que has querido, susurraba con el lamento de Proust: "Hace cuarenta años que me acuesto temprano". Y está el carnal y magnífico testamento de Bergman en Fanny y Alexander, ese fulano tan preocupado anteriormente por los dramas y las insatisfechas preguntas del espíritu. Y está el Polanski más turbio y duradero. Y está el aristócrata de la comedia Ernst Lubitsch, aquel que comenzaba Ser o no ser con Hitler respondiendo al coro perruno de "viva Hitler" con un consecuente "viva yo". Y está Antoine Doinel antes de hacerse mayor (qué grima me da el adulto y consentido Jean Pierre Leaud) llegando al mar en Los cuatrocientos golpes. Y un Chaplin genial como el de Tiempos modernos y otro enfático, llorón y discursivo como el de El gran dictador, aunque esté de acuerdo en que es inmejorable la secuencia del dictador jugando con la bola del mundo. Y sospecho que existen mil razones fascinantes para volver al cine en verano en los modélicos Verdi de Madrid y Barcelona.
Volver al cine
La sala oscura permanece inalterable como el refugio mágico de almas solitarias (o no) durante los meses de verano
Carlos Boyero
Es probable que me engañe la memoria, que esta intente embellecer algo que solo era incómodo y sofocante, pero recuerdo los afortunadamente interminables veranos de la infancia no solo por ese mar del que nunca te cansabas sino también por los programas dobles de los cines. Los asocio con reestrenos, acompañados del inenarrable No-Do, en salas que aún desconocían el aire acondicionado (o que en sus afanes ahorrativos las convertían impunemente en saunas), con olores que combinaban sudor, ozonopino, pipas, altramuces, garbanzos salados, zotal y la mareante colonia Varon Dandy. A pesar de ambiente tan primitivo y subdesarrollado, no concebías que pudiera existir otro lugar que donara una felicidad comparable a la que sentías allí. Podías repetir la visión de esas películas por el mismo precio, entrar en el cine a las cuatro de la tarde y abandonarlo a las diez de la noche y si tenías suerte, o tus padres eran cinéfilos, que empalmaras esa sesión con la película que proyectaba el cine de verano. Si no te enganchaba lo que veías en la pantalla, tenías opciones tan líricas y relajantes como mirar la luna y las estrellas. Estoy seguro de que en aquella época todavía podían divisarse desde las ciudades las estrellas en el cielo.
Imagino que en aquellos programas estivales había de todo, que convivían las obras maestras (juro que vi en programa doble durante varios días Misión de audaces y El hombre que sabía demasiado cuando no sabía que las películas las hacían los directores, ignoraba quiénes eran John Ford y Alfred Hitchcock, pero tenía claro que era formidable ser John Wayne, William Holden y James Stewart y apasionante luchar en la Guerra de Secesión y recobrar al hijo que te han secuestrado en Marrakech) con las películas bonitas, las mediocridades y lo aberrante, pero era maravilloso estar de vacaciones y practicar ese ritual consistente en ir continuamente al cine.
Desde hace lacerante tiempo el gran público ya no va al cine en días laborables ni en verano, ni en invierno, ni en otoño, ni en primavera. Como mucho, algún fin de semana. Y preferentemente, en lugares situados en las grandes superficies. El concepto de cine de barrio empieza a ser una reliquia del pasado. También las pequeñas librerías y las tiendas de discos, situadas en tu calle o en la de al lado, paisajes entrañables, escaparates ante los que te quedabas hipnotizado cada vez que pasabas por allí, algo que podía ocurrir más de una vez al día.
Y todos sabemos que existen inventos impagables conocidos como DVD y Blu-ray. Que existen televisores de infinitas pulgadas y pantallas caseras del tamaño de una pared. Que puedes vivir inmejorablemente las películas en la soledad de tu casa, bien acompañado, sin tener que sufrir el incesante crujido de las putas palomitas, el ajusticiable parloteo de los vecinos de butaca, las grotescas caídas en la oscuridad del cine ante la mezquina ausencia de acomodadores, el frío o el calor que imponen los ahorrativos dueños, las proyecciones desenfocadas y el inaudible o atronador sonido. Reconociendo la autenticidad de tantos elementos disuasorios, me sigue pareciendo trágico que las nuevas tecnologías y costumbres logren la agonía de que personas que se desconocen compartan emociones y sensaciones, risas y lágrimas, en una sala oscura y aislada del mundo exterior, en la geografía natural que le corresponde al cine, que a la salida discutan o compartan opiniones mientras pasean o toman una copa sobre lo que han visto y oído. Los que están o se sienten muy solos, también pueden dejar de sentirse así durante un rato milagroso gracias a ese exorcismo de ir al cine. Y, por supuesto, es altamente recomendable que lo que muestra la pantalla tenga magia. Ocurre de vez en cuando con películas cuya calidad y encanto son perceptibles para todo tipo de espectadores. Si no es así, tampoco pasa nada grave. Supone el triunfo de la tolerancia y de la heterodoxia, empeñadas ambas en que los gustos se inventaron para todos los colores.
Y puede ocurrir que al visionario y militante promotor de un cine rechazado por los circuitos comerciales (el defensor de un oasis creativo y multicultural de arte y ensayo poblado por supuestas obras de arte tailandesas, serbocroatas, kenianas, iraníes, turcas, y demás cinematografías ignoradas o despreciadas por la abyecta miopía del pequeño burgués occidental, pero beatificadas por una crítica que solo ha logrado el conocimiento y el fervor entre la reducida familia de los que la practican) se le ocurra una idea genial como dedicar el largo y cálido verano a reponer en los cines Verdi, con copias remasterizadas y digitalizadas, fieles a la primitiva versión que rodaron sus incomprendidos y gloriosos autores, películas grandiosas que la cinefilia joven nunca ha podido disfrutar en la pantalla de un cine.
Me cuentan que el domingo 19 de junio la sala Verdi de Madrid estaba llena y que la gente aplaudió en el terrorífico desenlace de la primera parte de El Padrino, con Michael Corleone recibiendo el incondicional beso en la mano de sus centuriones. Me cuentan que llegará Leone, una de las peores cosas que le han ocurrido al cine, el ídolo de ese neurótico tan inteligente llamado Tarantino, con su imbécil creación del spaghetti western, pero también con una obra de arte llamada Érase una vez en América, esa en la que un anciano estafado y derrotado por los únicos seres que te pueden causar un daño irreparable, por la gente que has querido, susurraba con el lamento de Proust: "Hace cuarenta años que me acuesto temprano". Y está el carnal y magnífico testamento de Bergman en Fanny y Alexander, ese fulano tan preocupado anteriormente por los dramas y las insatisfechas preguntas del espíritu. Y está el Polanski más turbio y duradero. Y está el aristócrata de la comedia Ernst Lubitsch, aquel que comenzaba Ser o no ser con Hitler respondiendo al coro perruno de "viva Hitler" con un consecuente "viva yo". Y está Antoine Doinel antes de hacerse mayor (qué grima me da el adulto y consentido Jean Pierre Leaud) llegando al mar en Los cuatrocientos golpes. Y un Chaplin genial como el de Tiempos modernos y otro enfático, llorón y discursivo como el de El gran dictador, aunque esté de acuerdo en que es inmejorable la secuencia del dictador jugando con la bola del mundo. Y sospecho que existen mil razones fascinantes para volver al cine en verano en los modélicos Verdi de Madrid y Barcelona.
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Cine
dilluns, 4 de juliol del 2011
Guardiola no es Dios
Sergi Pamies nos deja este brillante artículo, donde un gran entrenador de fútbol no puede ser tratado como un ejemplo para todos los ámbitos de nuestra vida, es buenísimo en su trabajo, pero nada más, no hace falta buscarle siete pies al gato para querer a tu felino.
Santificado no sea tu nombre
Combatir la mitificación excesiva de Guardiola es una manera de respetarlo
Ahora que no peligra ningún título ni la estabilidad del Barça, y antes de que estalle la traca del fichaje de Cesc, es un buen momento para reflexionar sobre la idolatría –inducida y espontánea– que genera la figura de Guardiola. Es una ola de admiración que nace de una realidad objetiva, pero que, expandiéndose en círculos concéntricos, se aleja –a veces hasta el delirio– del sentimiento original.
La desmesura santificadora utiliza mecanismos religiosos primarios e infantilizadores. La percepción popular y la excelencia profesional están en el origen del fenómeno. Cuando se obtienen resultados, la fe compartida cohesiona, y la dimensión pública del héroe refuerza la posibilidad de convertirlo en ejemplo. Pero del mismo modo que algunos cantantes no pueden controlar la carga simbólica de una canción, y deben resignarse a la idea de que "ya no les pertenece", Guardiola tampoco puede tutelar los efectos colaterales de su aureola.
Con una paradoja: la humildad, que está en la base de la conducta individual y colectiva del equipo, debería ser incompatible con los vertidos de baba que provoca. Como suele ocurrir, el sujeto puede ser el primero en lamentar las interpretaciones desproporcionadas de las que es objeto. La excusa de que el fútbol es un territorio sentimental no puede justificarlo todo. Si, con buen criterio, no aceptamos que la devoción y la militancia degeneren en violencia y fanatismo, también debemos recelar de la adulación como cemento de pedestales innecesarios. Pero lo más perverso es cuando la admiración sirve de coartada para crear subindustrias parasitarias adosadas al fenómeno. Interpretar a Guardiola en función de los propios intereses, pues, es una moda oportunista.
Aplicando valores tan antiguos como el esfuerzo, el compromiso y el sentido común, Guardiola brilla en la dirección del equipo. Negarlo nos haría caer en la simétrica estupidez de la iconoclastia ciega. Pero que la industria de la autoayuda y de la motivación intente adaptar sus intereses a la lógica de un entrenador (que no podemos separar de un contexto colectivo en el que intervienen multitud de factores) es un timo.
Hace unas semanas, TV3 emitió un 30 minuts dedicado al efecto Guardiola. Teorizar sobre la actualidad es un placer, pero en los testimonios quedó clara la frontera entre la reflexión saludable y la caradura del buitre que, con el viento a favor, se apropia de las luces ajenas para disimular las propias sombras. En aquel programa, el filósofo Josep Maria Terricabras reflexionaba sobre la solidez del fenómeno. Se preguntaba si cuando el Barça pierda se mantendrá este delirio reverencial (también podríamos especular sobre cómo reaccionaría el entrenador en una espiral perdedora). Dado que ni Terricabras ni ningún culé desea comprobarlo, sería bueno desmantelar la estafa santificadora de un modo preventivo, rebajar los excesos guardiolacráticos (Guardiola y la empresa, Guardiola y la educación, Guardiola y los valores, Guardiola y la verdura, Guardiola y la economía) y limitar la aureola del entrenador a un ámbito más privado o, en su dimensión pública, a los contratos publicitarios que él decida aceptar (Guardiola y la banca).
Pero, más allá del efecto pedagógico de una figura con virtudes demostradas, y de la contribución ejemplificadora que supone (especialmente en un contexto de dificultades y mediocridad), la exageración acrítica y el culto atrofian el criterio, la inteligencia y la razón. La gratitud, el respeto y la admiración que muchos culés sentimos por Guardiola (como representante de un equipo) nos obligan a protegernos de aquellos que quieren convertirlo en fuente de beneficio fácil, en prestación espiritual sustitutoria o en líder de una charlatanería que lo aleja de su hábitat natural: el fútbol.
Santificado no sea tu nombre
Combatir la mitificación excesiva de Guardiola es una manera de respetarlo
Ahora que no peligra ningún título ni la estabilidad del Barça, y antes de que estalle la traca del fichaje de Cesc, es un buen momento para reflexionar sobre la idolatría –inducida y espontánea– que genera la figura de Guardiola. Es una ola de admiración que nace de una realidad objetiva, pero que, expandiéndose en círculos concéntricos, se aleja –a veces hasta el delirio– del sentimiento original.
La desmesura santificadora utiliza mecanismos religiosos primarios e infantilizadores. La percepción popular y la excelencia profesional están en el origen del fenómeno. Cuando se obtienen resultados, la fe compartida cohesiona, y la dimensión pública del héroe refuerza la posibilidad de convertirlo en ejemplo. Pero del mismo modo que algunos cantantes no pueden controlar la carga simbólica de una canción, y deben resignarse a la idea de que "ya no les pertenece", Guardiola tampoco puede tutelar los efectos colaterales de su aureola.
Con una paradoja: la humildad, que está en la base de la conducta individual y colectiva del equipo, debería ser incompatible con los vertidos de baba que provoca. Como suele ocurrir, el sujeto puede ser el primero en lamentar las interpretaciones desproporcionadas de las que es objeto. La excusa de que el fútbol es un territorio sentimental no puede justificarlo todo. Si, con buen criterio, no aceptamos que la devoción y la militancia degeneren en violencia y fanatismo, también debemos recelar de la adulación como cemento de pedestales innecesarios. Pero lo más perverso es cuando la admiración sirve de coartada para crear subindustrias parasitarias adosadas al fenómeno. Interpretar a Guardiola en función de los propios intereses, pues, es una moda oportunista.
Aplicando valores tan antiguos como el esfuerzo, el compromiso y el sentido común, Guardiola brilla en la dirección del equipo. Negarlo nos haría caer en la simétrica estupidez de la iconoclastia ciega. Pero que la industria de la autoayuda y de la motivación intente adaptar sus intereses a la lógica de un entrenador (que no podemos separar de un contexto colectivo en el que intervienen multitud de factores) es un timo.
Hace unas semanas, TV3 emitió un 30 minuts dedicado al efecto Guardiola. Teorizar sobre la actualidad es un placer, pero en los testimonios quedó clara la frontera entre la reflexión saludable y la caradura del buitre que, con el viento a favor, se apropia de las luces ajenas para disimular las propias sombras. En aquel programa, el filósofo Josep Maria Terricabras reflexionaba sobre la solidez del fenómeno. Se preguntaba si cuando el Barça pierda se mantendrá este delirio reverencial (también podríamos especular sobre cómo reaccionaría el entrenador en una espiral perdedora). Dado que ni Terricabras ni ningún culé desea comprobarlo, sería bueno desmantelar la estafa santificadora de un modo preventivo, rebajar los excesos guardiolacráticos (Guardiola y la empresa, Guardiola y la educación, Guardiola y los valores, Guardiola y la verdura, Guardiola y la economía) y limitar la aureola del entrenador a un ámbito más privado o, en su dimensión pública, a los contratos publicitarios que él decida aceptar (Guardiola y la banca).
Pero, más allá del efecto pedagógico de una figura con virtudes demostradas, y de la contribución ejemplificadora que supone (especialmente en un contexto de dificultades y mediocridad), la exageración acrítica y el culto atrofian el criterio, la inteligencia y la razón. La gratitud, el respeto y la admiración que muchos culés sentimos por Guardiola (como representante de un equipo) nos obligan a protegernos de aquellos que quieren convertirlo en fuente de beneficio fácil, en prestación espiritual sustitutoria o en líder de una charlatanería que lo aleja de su hábitat natural: el fútbol.
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