Os dejo la crítica que Carlos Boyero ha publicado en "El País" de "The Westler", última película de un tipo, Mickey Rourke, que ha vivido como ha querido y no ha dejado de cometer errores, como él ha reconocido, pero, ¿quién no ha cometido errores?
"Sorpresas te da la vida", cantaba Rubén Blades al certificar el estupor del matón de esquina Pedro Navaja al comprobar éste cómo le mandaban al otro barrio. Yo me acabo de llevar una sorpresa muy grata al final de la Mostra con un director y un actor de los que sólo podía esperar lo peor, hacia los que albergaba infinitos y contrastados prejuicios.
El actor se llama Mickey Rourke. La primera vez que le vi en una pantalla, en la inteligente comedia Dinner, me pareció que tenía estilo, chulería y gracia. Virtudes confirmadas en el legendario personaje que le encargó Coppola en La ley de la calle, en el papel de aquel antiguo príncipe de la calle conocido como El Chico de la Moto que regresa a su viejo territorio en estado de descomposición interna, sin ganas de sobrevivir, incomunicado con la realidad, asumiendo su agonía. Rourke desprendía misterio, sensualidad, sufrimiento e hipnosis en aquella memorable creación. Todo ello degeneró después en histrionismo de la peor clase, amaneramiento, vacuidad, sobreactuación en una carrera a la deriva. Así como hay actores y actrices que te seducen siempre, que te compensa verlos y oírlos independientemente de la calidad de sus películas, hay otros que te cargan y que no te los crees nunca. Con Rourke me ocurría lo segundo.
En cuanto al director Darren Aronofsky, glorificado autor de Pi, Réquiem por un sueño y The fountain, alimentaba todo tipo de miedos. No me gustaba su retorcido sentido visual, sus diarreas imaginativas, sus pretensiones líricas, su espesura temática, su abuso de la simbología.
Aronofsky dirige The wrestler y la protagoniza Mickey Rourke y me parece una película espléndida, un penetrante retrato del fracaso, de ambientes sórdidos, de gente acorralada y sola en busca de un respiro y de su última oportunidad. Está a la altura de las extraordinarias Fat city, de John Houston, Réquiem por un campeón, de Ralph Nelson, y Million dollar baby, de Clint Eastwood.
Rodada sin afanes experimentales, con lenguaje clásico, con tenebrosa claridad, habla de un antiguo campeón de lucha libre al que la vida le ha pasado factura, en ruina física y moral, intentando sobrevivir con peleas amañadas en antros deprimentes, buscando la imposible comunicación con una hija desdeñosa y perdida, intentando en vano refugiarse en una striper adulta y endurecida, con su organismo a punto de estallar y con el ánimo encogido, intentando aliviar o engañar a su desolación con alcohol y drogas.
Aronofsky logra que te salpique la tragedia de este ser a la deriva, que desees su problemática redención, que sientas piedad y ternura hacia este animal íntimamente herido. Crea una atmósfera asfixiante, encuentra el tono auténtico para que te creas a esos perdedores, para que sientas su desgarro y su miedo.
Imagino que los maquilladores no han tenido que esforzarse mucho para que el abotargado y monstruoso rostro de Mickey Rourke transmita la sensación de una persona acabada. Si cada uno dibujamos nuestra propia cara a partir de una edad y de las experiencias vitales, la del destrozado Mickey Rourke impresiona, te está hablando del infierno terrenal. La presencia, la gestualidad y los movimientos de este hombre, lo que muestra por fuera y lo que sugiere que le está ocurriendo por dentro es una geografía de la devastación. Su interpretación está más allá del elogio. The wrestler desprende sentimiento y credibilidad, te conmueve y la recuerdas.
No acostumbro a hacer quinielas con el palmarés de los festivales ya que siempre me equivoco, mi gusto pocas veces está de acuerdo con el de los jurados. La lógica debería repartir los premios de una sección oficial que ha sido bochornosa entre las tres únicas películas que atesoran calidad. Tienen un grave problema y es que además de ser transparentemente buenas son cine parido en Estados Unidos, algo que suele provocar alergia en el presunto rigor intelectual y estético de los jurados. Se titulan The burning plain, The hurt locker y The wrestler y las dirigen Guillermo Arriaga, Kathryn Bigelow y Darren Aronofsky. Esperemos que Wim Wenders y sus compañeros también reconozca lo evidente. Y si no, da igual.
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