El último de una serie de 4 artículos de Xavier Sala-i-Martín.
Acabada la cumbre del G20 que debía servir para refundar el capitalismo parece que, de momento, lo único que se ha refundado es el ego de Sarkozy quien, al salir de la reunión, proclamó eufórico el comienzo del siglo XXI. Algo fumó ese señor que le produjo ese curioso estado de éxtasis porqué la reunión no resultó ser tan exitosa ni para él, ni para los otros defensores de la refundación como el presidente Zapatero.
Los líderes reunidos entendieron que la gravedad de la situación económica mundial no admitía uno de esos comunicados frívolos e inútiles que emiten normalmente y esta vez produjeron un documento con sustancia. El problema para Sarkozy y Zapatero es que, más que refundar, el documento reafirma su confianza en la economía de libre mercado, en la globalización y en la apertura de fronteras al movimiento de mercancías y capitales. También proclama que el sistema financiero debe ser regulado (como, de hecho, ya lo es) aunque cualifica que la regulación no debe impedir el dinamismo y la innovación tan necesarias para el crecimiento y la reducción de pobreza.
El escrito explica que las causas de la crisis fueron tres: los errores de las entidades financieras en sus políticas de gestión de riesgo, la complejidad y opacidad de los nuevos instrumentos financieros y la mala gestión de políticos, reguladores y supervisores, incapaces de seguir el ritmo de la innovación. En la declaración final, se rechaza el proteccionismo que tanto contribuyó a que la crisis financiera del 1929 se convirtiera en una gran depresión económica y se comprometieron a no subir aranceles en los próximos 12 meses.
A partir de ahí, el documento hace toda una serie de propuestas vagas: mayor coordinación internacional de política fiscal (aunque no concreta si será en forma de reducción de impuestos o aumento del gasto público o a qué se va a dedicar dicho gasto); el rescate del sistema financiero (pero no dice si se hará con compras de bonos tóxicos o compras de acciones de bancos); mayor transparencia, más estricta supervisión y mejor –no mayor- regulación (aunque no menciona explícitamente cómo debe cambiar la regulación). Se propone la reforma del Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional para dar más cabida a los países emergentes… aunque no queda claro a costa de quién esos países emergentes van a adquirir más poder. Yo veo muy contentos a españoles, franceses y europeos varios, pero tengo la impresión que la nueva arquitectura financiera internacional va a reflejar el hecho de que el centro económico del mundo ya no está en el Atlántico (a medio camino entre Estados Unidos y Europa) sino en el Pacífico (entre Estados Unidos y Asia).
Finalmente, la participación Española: el presidente Zapatero acudió a Washington sacando pecho y ondeando la bandera de la regulación española como ejemplo. El orgulloso presidente olvidó mencionar que, si bien la regulación evitó que la banca comprara bonos tóxicos subprime, no impidió que pusiera una gran cantidad de huevos en la cesta inmobiliario. Se estima que la deuda de las promotoras con la banca española asciende a 300.000 millones de euros (recuerden que eso es más de la mitad de todo el plan de rescate norteamericano). El sector inmobiliario debe pagar unos intereses de 20.000 millones de euros anuales y eso es un gran problema para la banca española porque, en la actualidad, las inmobiliarias tienen unos ingresos cercanos a… digamos… ¿cero? Es posible que en las próximas semanas el presidente Zapatero se tenga que comer la bandera del autobombo.
El discurso de Zapatero contenía aquel análisis primitivo que tanto gusta a la parroquia socialista. Ya saben, aquello de que “la crisis la ha causado la derecha y la solucionará la izquierda” y propuso limitar los salarios de los altos ejecutivos, por aquello de la injusticia y las desigualdades sociales. Kumbayá my lord. Lógicamente, todo el mundo se pegó un hartón de reír porque no hace falta haber superado el jardín de infancia para entender que la crisis financiera no se puede analizar bajo el arcaico prisma de izquierdas y derechas. Y alguien debería explicarle al señor Presidente que cuando los expertos hablan de cambiar el sistema de remuneración no lo hacen porque los ejecutivos cobran “demasiado” sino porque crea incentivos perversos. Si un ejecutivo fuera al casino con dinero de los accionistas y, en caso de ganar, él se quedara la mitad y, en caso de perder, pagaran los accionistas, los ejecutivos se pasarían el día en el casino. Y eso pondría en peligro la solidez del sistema bancario. Pues una cosa parecida pasa con el sistema de remuneración de verdad: cuando las cosas van bien, los ejecutivos cobran grandes bonos y cuando van mal, pagan los accionistas. Noten que el problema no es que la compensación sea demasiado alta sino que está diseñada de manera que incentiva a tomar decisiones excesivamente arriesgadas (como ir al casino). ¿Qué quedó del discurso de Zapatero en el documento final? Pues la verdad es que… ¡nada! El documento habla de la remuneración de los altos ejecutivos pero no menciona el tamaño de la remuneración sino de la necesidad de alinear los incentivos. Como tenía que ser.
Resumiendo, a pesar de que la reunión del G20 fue programada y anunciada a bombo y platillo por los refundadores anticapitalistas del capitalismo la verdad es que, después de la reunión, los que creemos en el sistema de mercado como única vía para progresar pudimos respirar… un poco más tranquilos.
La Vanguardia, X-11-2008
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