Parece que "Ágora" no pinta tan bien como el resto de películas de Amenábar -siempre según la crítica-, os dejo lo que nos contó Carlos Boyero desde Cannes. Se estrena en septiembre y no creo que me la pierda, tengo ganas de ver lo nuevo de un personaje que ha parido "Tesis" o "Abre los Ojos".
Supongo que hay gente que hace cine por algo tan legítimo como ganarse la vida. Otros, por la convicción absoluta de que su incuestionable arte va a redimir al mundo. También están aquellos a los que no te los imaginas haciendo otra cosa, gente en cuya personalidad todo desprende inconfundible olor a celuloide, a narrar historias en imágenes. Alejandro Amenábar pertenece a esa raza.
Supongo que hay gente que hace cine por algo tan legítimo como ganarse la vida. Otros, por la convicción absoluta de que su incuestionable arte va a redimir al mundo. También están aquellos a los que no te los imaginas haciendo otra cosa, gente en cuya personalidad todo desprende inconfundible olor a celuloide, a narrar historias en imágenes. Alejandro Amenábar pertenece a esa raza. Tenía 24 años cuando realiza su primera película Tesis, edad que va asociada al aprendizaje. Pero aquella desasosegante inmersión en el suspense y en el terror parecía realizada por un director tan adulto como sabio, un brillante manipulador de emociones, alguien que hacía pasar tanto miedo al espectador como a esa estudiante de cine perseguida por un sádico especializado en hard-core.
Desde entonces cada proyecto del niño prodigio resulta imprevisible, tiene muy claro lo que quiere hacer y se toma su tiempo, se mete en películas tan arriesgadas como heterodoxas que resuelve con perfección, que alcanzan inevitablemente éxito comercial y le han otorgado un justificado prestigio. Se maneja con idéntica soltura hablando de un tipo al que el destino transforma en un monstruo físico y psíquico que dirigiendo a la megaestrella Nicole Kidman en un cuento gótico habitado por muertos que ignoran su condición, o llenando paradójicamente de emoción y de vida el dolor de un hemipléjico confinado en una habitación y que decide despedirse de una existencia tan atroz como impotente. El talento, la sensibilidad y la buena estrella han bendecido la variada obra de alguien que acierta siempre en temáticas aparentemente áridas, que sabe conectar con todo tipo de público, que hace el cine que le da la gana y que se ha ganado a pulso el derecho a equivocarse alguna vez.
Reconociendo la inquebrantable fe en sí mismo de este virtuoso en apuestas fuertes, se había creado lógica expectación y morbosa curiosidad alrededor de Ágora, una película de 50 millones de euros de presupuesto que se desarrollaba durante el siglo IV en la mítica Alejandría del Imperio Romano. Conociendo las aficiones de Amenábar era impensable que fuera a hacer un péplum o un tópico relato de aventuras. Tampoco sería Troya ni La pasión de Cristo, por citar dos ejemplos del cine moderno que revivían historias de la antigüedad y que por distintos motivos arrasaron en taquilla. Tampoco tendría demasiado parentesco con las aparatosas y convenientes interpretaciones del Imperio Romano que hizo Hollywood en los años cincuenta y sesenta. Sería una película de autor más que de productor, una reflexión muy personal sobre tragedias del pasado que también se pueden aplicar al presente.
Ese proyecto tan costoso y extenuante acaba de estrenarse en el Festival de Cannes. Lo primero que percibes en Ágora es que la documentación de ese guión ha sido muy trabajada, que se ha buceado intensamente en la historia sin tratar de adulterarla para llegar a la desolada conclusión que exponía Santos Discépolo en una incontestable y maravillosa canción de "que el mundo fue y será una porquería ya lo sé, en el 506 y en el 2000 también, que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos". Amenábar y su coguionista Mateo Gil hablan de la agresión salvaje que han ejercido las religiones, de su implacable metodología con los que consideraban herejes o disidentes, del casi siempre desigual combate entre la luz y la oscuridad. La primera está representada aquí por los guardianes de la Biblioteca de Alejandría, compendio de la sabiduría acumulada hasta entonces por la humanidad y que va a ser saqueada por una barbarie en imparable expansión llamada cristianismo, por una gente que fue acorralada en su nacimiento por los paganos y que en su ambición por el poder triturarán las mejores esencias de sus antiguos perseguidores. El resto de las religiones también salen malparadas, incluido el judaísmo y su adicción a practicar la ley del talión. Todos los que adoran ciegamente a dioses intangibles y a las reglas inamovibles sienten alergia hacia la tolerancia y están dispuestos a lapidar a los agnósticos, a los heterodoxos, a los que plantean dudas contra lo establecido.
La rebeldía está encarnada por Hipatia, una filósofa, astrónoma y matemática que investiga en el tiempo y en el espacio, que llega a la blasfema conclusión de que la Tierra puede girar alrededor del Sol, cuyos modelos no son Zeus, Cristo o Yahvé sino Parménides, Aristóteles y Tolomeo, gente que reflexionó sobre la ciencia y la naturaleza humana desafiando a las verdades impuestas, al cerril estado de las cosas.
Amenábar revive el universo perdido de Alejandría con poderoso sentido visual, diálogos excelentes, personajes diseñados con complejidad, tensiones latentes. Filma batallas y escenas de masas dando sensación de realidad, sin recurrir a los efectos de los ordenadores. Su implicación con la figura de la protagonista es estética y ética.
El tema y el primoroso lenguaje con el que se expresa me ponen incondicionalmente a favor de esta película, la veo y la escucho con respeto, estoy deseando que me atrape la emoción, pero ésta no llega. No consigo meterme dentro de una historia con tantas cosas admirables, condición indispensable que le exijo al gran cine. Esa mujer preciosa y actriz notable llamada Rachel Weisz está bien, pero no memorable. Me creo a los actores viejos, como el siempre impecable Michael Lodsale, pero no conecto ni mínimamente con los jóvenes, encabezados por Oscar Isaac y Max Minghella. La música de Dario Marinelli es lírica pero también abusiva, innecesariamente presente en casi todas las secuencias, subrayona. Ágora es una película notable a la que le sobran y le faltan cosas. Ojalá que tenga tirón para el gran público, que el éxito le permita a este singular director seguir abordando aventuras alejadas de lo convencional, que el mercado no le pase factura si no acaban de salirle las cuentas.
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