dimecres, 30 de novembre del 2011

Llevaron la bomba atómica y terminaron devorados por tiburones.

Descubrí esta historia en Jot Down, una odisea increible.
Posted by Luis A. Espuny
Era como aquellos viejos cuadros de batalla que alguna vez había visto en pinturas sobre Waterloo. La idea era que cuando el tiburón se acercara los hombres empezasen a chillar y chapotear con todas sus fuerzas y a veces el tiburón se iba… pero otras veces no. Se quedaba mirándote fijamente, justo a los ojos. Con esos ojos negros, sin vida, como si fueran los de una muñeca. Se lanza a por ti y ni siquiera parece estar vivo hasta que te muerde y esos ojos negros giran hasta ponerse blancos y entonces… ah, entonces ya sólo escuchas un grito espantoso, el agua se vuelve de color rojo y a pesar del pataleo y el griterío esas bestias vuelven y te van despedazando. Luego me enteré de que esa primera noche perdimos cien hombres’

Roy Scheider y Richard Dreyfuss escuchan inquietos el recuerdo que atormenta a Quint mientras van en busca del gran tiburón blanco, y todos los espectadores de Tiburón pueden pensar que es una más de las exageraciones de una película de terror. No, lo que está narrando Robert Shaw con su imponente voz de viejo marino no es una fantasía. Es parte de la asombrosa historia de un barco que llevó la muerte soldada a su quilla hasta décadas después de hundirse en el Pacífico: El USS Indianapolis.
The Good Old Days
Los primeros años de servicio fueron buenos tiempos. Botado en 1931, este crucero de la clase Portland sería el elegido por Roosevelt como símbolo de la nueva y pujante América que pretendía impulsar su New Deal. Convertido en Navío de Estado, sus 190 metros de eslora y 10.000 toneladas de la más moderna tecnología naval de la época recibieron en cubierta a líderes y realeza de todo el mundo como invitados de los EEUU. En 1936 vive su momento estelar cuando transporta al presidente a la Conferencia Panamericana de Buenos Aires para un viaje en el que Roosevelt tendría que ‘comparecer’ ante el tribunal del Rey Neptuno, cumpliendo la tradición de todas las marinas del mundo cuando alguien a bordo cruza el Ecuador por primera vez. En Argentina es recibido por cientos de pequeños barcos que hacen sonar su sirena y los marineros se dan codazos discutiendo divertidos sobre quién será el que más chicas enamore. Es una nave afortunada que no conoce otra cosa que fastos y recepciones clamorosas en todos los puertos a los que arriba; al fin y al cabo fue construido en un momento en el que se pensaba que la Gran Guerra fue la última y cuando la política aislacionista americana concebía su músculo militar exclusivamente como un poder intimidatorio en el hemisferio occidental. Enseñar el pabellón es todo lo que se le pide de momento. Todo son risas hasta el 39.
Con Europa en llamas y el Teikoku Rikugun arrasando China, la Navy tiene que ponerse seria y empieza a mover sus piezas. El Indianapolis es destinado al Pacífico, llegando al California Naval Yard con sus buenas 215.000 millas navegadas desde que tocó el mar. Los paseos marítimos se acabaron y los dos años siguientes se emplearán en poner a punto el barco ante lo que se avecina. Un último golpe de suerte les evitará estar presentes el 7 de Diciembre de 1941 en Pearl Harbor, aunque el misterio ya comienza a cernirse sobre el Indianapolis y el día 5 reciben una extraña orden de partir hacia allá sin gran parte de su tripulación, que estaba de permiso. Esa peculiar forma de partir a la carrera dos días antes de tora, tora, tora tal vez nos indique que en Washington sabían algo más de lo que se puede suponer sobre las intenciones niponas, pero esa es otra historia.

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