Os dejo la crítica de "Malditos Bastardos", firmada por Carlos Boyero. No pinta mal, así que yo no me la perderé.
Quentin Tarantino ha logrado dirigiendo cine rodearse del aura que caracteriza a las vacas sagradas del rock y a los que sobrepasan su condición de actores y actrices para transformarse en estrellas, gente que sólo con la mención de su nombre vende cualquier producto que promocionen. Tarantino es más que un director de películas, su personalidad y su universo constituyen un género, un reclamo lleno de magnetismo que va a devorar un público masivo e incondicional. Algunas le salen redondas y otras achacosas pero han conseguido un éxito espectacular, excepto en el caso de Death proof. En ese juguete caótico, el chico más mimado de la industria llevó su capricho demasiado lejos, intentando homenajear y reinventar el cine de serie Z, un compendio tirando a ridículo de los subproductos que siempre le han fascinado.
En Malditos bastardos Tarantino retorna al estilo y el mundo que le han hecho famoso abordando el cine bélico, género que aún no había tocado en su ortodoxa filmografía. Pero desde los títulos de crédito sabemos que aunque el tema esté ambientado en la II Guerra Mundial no vamos a ser testigos de ningún tipo de convenciones, sino que las intrigas, la acción, la violencia, los personajes, los diálogos, el humor y la estética van a llevar el inequívoco sello de su autor, que no vamos a ver una película bélica sino una tarantinada pura y dura ambientada en aquellos años de carnicería.
El argumento desarrolla la historia de un grupo de soldados estadounidenses y judíos con la misión de cargarse a todos los nazis que puedan en la Francia ocupada. El tema no es nuevo. Un director como Robert Aldrich alcanzó un resultado espectacular en Doce del patíbulo con una trama parecida, pero si el autor se llama Tarantino sabemos que esa cacería no va a regirse por parámetros de normalidad. Los enfurecidos hijos de Sión, entrenados por un expeditivo paleto que tiene como modelo profesional los métodos de guerra de los apaches, no se limitarán a cargarse alemanes sino que tienen que torturarles, destriparles, arrancarles la cabellera para causar el terror en sus enemigos ante la permanente amenaza de este grupo salvaje.
Tarantino también se permite el lujo de alterar el desenlace de la II Guerra Mundial como a él le da la gana, imaginando que sus killers judíos, con la ayuda de la propietaria de un cine parisiense que utilizan los jerarcas nazis para que les proyecten cine propagandístico que ha producido Goebbels, quemen vivos a Hitler, Göring, Goebbels y demás dirigentes nazis solucionando el final de esa larga y tenebrosa guerra.
Como siempre, conviven paralelamente la brillantez y los excesos, los hallazgos plenos de gracia y los momentos gratuitos, situaciones esperpénticas y su vocacional amor por la sanguinolencia, secuencias imaginativas y molestos guiños a los incondicionales de su cine. Lo mejor de estos infaustos bastardos es la creación de un maquiavélico coronel de las SS especializado en la caza de judíos. Tarantino, qllanos, se supera con este monstruo de modales suaves y dialéctica hilarante.
Los que consideran al autor de Pulp fiction como lo más innovador, cañero e ingenioso que ha dado el cine moderno van a sentirse saciados con este recital de sus esencias, incluida la original utilización de la música (suenan profusamente los temas que compuso Ennio Morricone para el desdichado género del spaguetti western), los momentos llenos de tensión que desembocan en aquelarres de sangre, las sentencias cínicas, los delirios narrativos, el poderío visual y coloquial.
Yo, que no siento adicción hacia su cine y que a veces me cargan sus pasadas, aunque reconozca su incuestionable talento, lo he pasado razonablemente bien a lo largo de 150 minutos que no te abruman.
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